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¿Y es la pesadilla de la gallina, o su sueño secreto, escarbar siempre la tierra y comer los minutos en granos de arena?
Galway Kinnell, El libro de las pesadillas
“Rogué, en efecto, y he aquí lo que me fue mostrado: una escalera de oro, de gran altura, subía hasta el cielo, escalera estrecha que se podía subir sólo uno a uno; a cada lado de ella había todo género de objetos de acero: espadas, lanzas, garfios, cuchillos… Bajo la escalera estaba un gran dragón dispuesto a acometer a quienes quisieran subir”. De esta manera es descrito un sueño pesadillesco sacado del Diario de Santa Perpetua, un documento del año 203 escrito por una mujer de 22 años llamada Perpetua, quien era rica y fue arrestada y acusada de cristianismo junto con su esclava (Felicidad) y otras tres personas. Este ejemplo nos da una imagen que puede ser ya recurrente o incluso un estereotipo del sueño: una cuesta inmensa en la que debajo acecha el mal, todo el tiempo. Sin embargo, cuando somos niños no conocemos la noción de "estereotipo", al contrario; a partir de cómo se nos va presentando el mundo y sus misterios nuestro inconsciente toma y construye nuestras peores pesadillas.
Desde Freud, la interpretación simbólica de los sueños ha constituido una de las mayores vías de estudio del psicoanálisis. Es decir que los sueños, según el psicoanálisis, tienen relación directa con mensajes de algún modo cifrados por el subconsciente. Las pesadillas son los sueños más espeluznantes, y mucho más si se trata de las que tuvimos cuando niños.
En la introducción a la edición veracruzana de El libro de las pesadillas del poeta Galway Kinnell, Adolfo Castañón dice:
Más tarde, al experimentar otros sueños de esta familia pesadillesca, supe que como las raíces de ciertas enredaderas rizomáticas, las pesadillas estaban todas conectadas entre sí y, más aún, que a su vez los sueños “buenos” y los malos tienen secretos lazos y que la trama soñada y la trama vivida están tejidas con el mismo estambre, a veces pavoroso, a veces seductor y subyugante, a veces banal e inocuo. Las pesadillas por ello pueden representar una vía de conocimiento de nosotros mismos, un atajo para acortar camino en el conocimiento interior.
Para su proyecto de 1960 sobre los sueños de los niños, el legendario fotógrafo estadounidense Arthur Tress visualizó los temores subconscientes de la mente infantil y los plasmó en montajes fotográficos, en un intento por acortar ese camino hacia el conocimiento interior.
Mientras Tress trabajaba con el educador Richard Lewis del Centro Touchstone observó un ejercicio en el que se les pidió a los niños que escribieran poemas e hicieran pinturas de sus sueños: inspirado, Tress comenzó a colaborar con los niños creando esta inquietante iconografía fotográfica del “inconsciente” pesadillesco de las criaturas.
Influenciado en parte por el concepto de los arquetipos de Jung, las imágenes representan tanto la ansiedad como el temor colectivo de las personas ante la transformación de la década. Aquí, la vida doméstica y sus quehaceres mundanos dejan de proporcionar comodidad y el hogar (y por extensión la figura de la madre) se convierte irreversiblemente en un entorno dañado y decadente.
Desarraigados (literal y figuradamente9 del espacio seguro de la vigilia, los niños deben navegar por este paisaje plagado de una perversión que aún no comprenden.
Antes de que aprendamos los conceptos, antes de que sepamos que lo bueno y lo malo son las cosas que nos dicen los adultos, no hay nada. Es hasta que alguien agresivamente inserta en nosotros los conceptos que nuestras acciones adquieren una intención definida (definida con palabras). Es así como las virtudes de la infancia se desvanecen al revelar los “pecados” de un mundo irremediablemente adulto, la amenaza de castigo y humillación está siempre presente, en forma de orejas de burro o de una inundación vengativa interpuesta por alguna deidad incognoscible.