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Todo el discurso sobre las necesidades se basa en una antropología ingenua: la de la propensión natural del ser humano a la felicidad. La felicidad, inscrita en letras de fuego detrás de la más trivial publicidad de unas vacaciones en las Canarias o de unas sales de baño, es la referencia absoluta de la sociedad de consumo: es propiamente el equivalente de la salvación. Pero, ¿cuál es esa felicidad cuya búsqueda atormenta a la civilización moderna con semejante fuerza ideológica?
Jean Baudrillard
La idea de que la basura de un hombre puede ser el tesoro de otro hombre es un dicho que aplica a las tribus del valle del Omo, en Etiopía, quienes utilizan basura como relojes rotos y corcholatas oxidadas para crear bellos tocados y pelucas de moda.
El hiperconsumo y la hiperproducción humanos son agresivos y violentan nuestro entorno, lo violentan hasta el punto de modificarlo, de modificar nuestro paisaje y su concepción de naturaleza. En lugar de flores, corcholatas inundando los contornos de un paisaje desolado; en lugar de listones, pedazos de metal oxidados colgando del cabello, el mundo como un espejo: el basurero de nosotros mismos, o mejor dicho, de lo que queremos ser: el basurero de nuestras múltiples e insaciables necesidades. El basurero de nuestra necesidad de ser dentro del mundo.
En su ensayo “Elogio de la profanación”, Giorgio Agamben habla sobre la idea de profanación como medio para restituir a un objeto su uso común entre los hombres, en ese sentido, un objeto resignificado perderá (junto con su semántica) su valor y le será restituido otro por medio del juego (algo parecido también pasa con el arte conceptual). En su ensayo, Agamben dice:
Esto significa que el juego libera y aparta a la humanidad de la esfera de lo sagrado, pero sin abolirla simplemente. El uso al cual es restituido lo sagrado es un uso especial, que no coincide con el consumo utilitario. La “profanación” del juego no atañe, en efecto, sólo a la esfera religiosa. Los niños, que juegan con cualquier trasto viejo que encuentran, transforman en juguete aun aquello que pertenece a la esfera de la economía, de la guerra, del derecho y de las otras actividades que estamos acostumbrados a considerar como serias. Un automóvil, un arma de fuego, un contrato jurídico se transforman de golpe en juguetes.
Así, los montes de basura de la hiperproducción capitalista son transformados de golpe en adornos para el cuerpo en el valle del Omo. Lo que antes era perecedero y había sido "despojado" totalmente de su uso (del fin para el que fue creado) de pronto es recontextualizado, cuestionando y resignificando su permanencia, su uso y su valor. Si la basura violenta un entorno, entonces habrá que resignificar a la basura y por medio de ella la percepción de dicho entorno, como lo hacen estas tribus africanas.
El valle bajo del Omo o simplemente valle del Omo es uno de los conjuntos de yacimientos paleontológicos más importantes de África, declarado Patrimonio de la Humanidad en 1980. El valle del Omo es el hogar de numerosas tribus, sin embargo, el fotógrafo francés Eric Lafforgue, el autor de este impresionante registro fotográfico, pasó más tiempo con los Bana, Dassanech y Mursi.
Lamentablemente la civilización moderna acecha, lenta y peligrosamente, el valle del Omo y el avance de la tecnología occidental no se queda atrás. Con la finalización de una presa hidroeléctrica río abajo, muchas tribus perderán sus tierras ancestrales y se verán obligadas a reasentarse en los entornos modernos, el paisaje será totalmente modificado y se volverá muy difícil resignificarlo todo.