Alguna vez la pintoresca isla de Hawái estuvo asolada por enfermedades traídas en barcos extranjeros. A principios del siglo XIX, las enfermedades venéreas mataron a 10 mil personas en el curso de 2 décadas; la tifoidea mató a 5 mil; la varicela a unos 15 mil y, en la década de 1860, la lepra arrasó con los habitantes. El estado decidió segregar a los enfermos de lepra en un territorio muy pequeño llamado Kalaupapa, en la isla Molokai. 8 mil personas fueron exiliadas aquí en el curso de un siglo.
16 de esos pacientes, de 73 a 92 años, siguen vivos. Entre ellos, seis han decidido permanecer en Kalaupapa voluntariamente, incluso aunque la “cuarentena” forzosa fue retirada en 1969, 1 década después de que Hawái se convirtiera en estado, y 2 décadas después de que se desarrollaran medicinas para tratar la lepra.
La experiencia de ser exiliados y alejados de sus familias fue tan traumática tanto para los pacientes como para las familias, que al parecer este sentimiento de abandono y quizás el amparo de la reclusión han trascendido generaciones. Kalaupapa está apartado de Molokai por enormes arrecifes y acceder allí, hoy en día, resulta difícil.
El National Park Service estadounidense, que designó a Kalaupapa Parque Nacional en 1980, ahora debe decidir qué hacer con la península cuando el último de sus habitantes muera. La Agencia Federal quiere abrir el territorio a turistas, pero hay otros planes de dejar que el área siga siendo remota y proteger su biodiversidad.
Hoy en día, en Kalaupapa sólo viven algunas docenas de personas, incluyendo a 40 trabajadores federales que se concentran en la preservación del ecosistema, algunos trabajadores de salud cuyo trabajo es encargarse de los problemas sanitarios y, desde luego, los seis pacientes con lepra. Dejar la península, para estos últimos, sería una nueva forma de exilio. Otra más.