El alcohol en la escritura y otros estereotipos (una historia de la literatura bajo la influencia)

 

Muchas obras de arte nacen de los excesos; hay otras que no. Desde hace mucho existe una suerte de subgénero literario (artístico en general) que cataloga y divide, más allá de los géneros literarios (que también son otra forma de catálogo). Este “subgénero” o “estereotipo” repetitivo dentro de la literatura desde sus inicios se ha “agudizado” o vuelto más visible en la actualidad: el del escritor ahogado en alcohol, o adicto a la cocaína o experto en viajes de LSD y otras substancias.

El problema aquí no es moral, al contrario. En particular, estoy a favor de la experimentación con distintas sustancias que alteren tu percepción y puedan sacarte de tu zona de confort. El problema, en realidad, es el “prestigio” (impuesto) que esto le da a una obra realizada bajo algún estado alterado. Este “estereotipo” o “subgénero” literario dota al lector de un pre-juicio de lectura, le atribuye un falso valor, previo al valor estético, formal y conceptual final de la obra. Este phatos que antecede a la obra nubla de muchas maneras nuestra percepción crítica formal del resultado.   

Las becas artísticas tienen un extenso catálogo de categorías entre las que se encuentran, separadas de las demás disciplinas, la de “escritores en lenguas indígenas”. Con esto no pretendo decir que está mal que existan becas para hablantes de lenguas indígenas, al contrario, pienso que separarlos de los demás escritores es perpetrar la diferenciación social que se realiza día con día en cualquier parte del país. En los encuentros de dichas becas, los proyectos o las obras de estos escritores no pueden ser juzgadas bajo los mismos criterios que las de los otros escritores, no sólo porque están escritas en otro idioma (la mayoría de los escritores en lenguas indígenas que entra a ese tipo de becas habla español), ¿por qué? Por esa suerte de muro que se levanta, enmarca y divide, a unos de otros, anteponiendo una condición que es “distinta”. Lo mismo sucede con mucha literatura autodeclarada y promovida como gay o feminista, utilizando su ideología como un valor (falso) agregado a la obra, entonces una obra nacida desde esta premisa, desde este modelo de marketing, adquiere un valor previo al valor final estético y estructural.

Es cierto que hay obras que encuentran su sentido a partir de la biografía (la condición) del autor, pero también hay otras que superan esa barrera impuesta de lectura.

En el caso del alcohol, que es el que ahora nos compete, sucede lo mismo. El prestigio que antecede a las obras literarias nacidas de una borrachera o de la mano de un escritor bohemio y torturado puede ocultar muchas veces su mala ejecución técnica. Este estereotipo (como otros tantos) sirve de pretexto a muchos escritores jóvenes para no tener el mismo rigor (ni constancia) formal y experimental en la escritura como el que tienen para llegar a estados alterados.

En lo personal (y pese al posible linchamiento colectivo), pienso que mucho del valor de la obra de Bukowski depende de su biografía más que del resultado formal final.

Por un lado están los escritores que escribieron grandes obras y que además llevaban una vida de excesos (más que anteponiendo esta condición a su discurso) y otros quienes emplearon de manifiesto su alcoholismo.

El ensayo “Confesiones de un borracho” del ensayista inglés Charles Lamb comienza:

La disuasión del uso de los licores fuertes ha sido el tópico favorito de los declamadores sobrios de todas las épocas y ha sido recibida con abundancia de aplausos por parte de los críticos aficionados al agua. Pero desafortunadamente en el paciente mismo, en el hombre que ha de ser curado, su sonido rara vez ha prevalecido. Sin embargo, el mal se reconoce y su remedio es simple: la abstención. Ningún poder puede obligar a un hombre a levantar un vaso contra su voluntad; esto es tan fácil como no robar o no decir mentiras.  

En este ensayo Lamb dice que beber constituye para él un propósito temperamental al que cedió conscientemente: “solamente mi naturaleza es responsable de la afición que yo mismo me he forjado”.

Por otro lado, se encuentra el caso de Edgar Allan Poe que escribió textos brillantes (en forma y fondo) y sufrió de alcoholismo desde sus años de universitario, sin embargo, a diferencia de Bukowski o Faulkner, Poe no usaba el alcohol como método de “inspiración” para escribir sino más bien como paliativo, para salirse de la realidad y aliviar un poco el sufrimiento (causado por la enfermedad y muerte de su esposa Virginia). Poe aliviaba sus penas lo mismo con ajenjo que con vino o láudano. El alcoholismo fue la causa de su despido de Southern Literary Messenger en 1837 y la de su muerte el 7 de octubre de 1849, en Baltimore, diagnosticado con delirium tremens.  

Algunas referencias al alcohol se encuentran en cuentos como “El gato negro”, donde el protagonista se cuestiona: “¿qué enfermedad es comparable al alcohol?”, o en “Hop Frog”, donde escribe:

-Ven aquí, Hop-Frog -mandó, cuando el bufón y su amiga entraron en la sala-. Bébete esta copa a la salud de tus amigos ausentes... (Hop-Frog suspiró)... y veamos si eres capaz de inventar algo. Necesitamos personajes... personajes, ¿entiendes? Algo fuera de lo común, algo raro. Estamos cansados de hacer siempre lo mismo. ¡Ven, bebe! El vino te avivará el ingenio.

Como de costumbre, Hop-Frog trató de contestar con una chanza a las palabras del rey, pero sus esfuerzos fueron inútiles. Sucedió que aquel día era el cumpleaños del pobre enano, y la orden de beber a la salud de «sus amigos ausentes» hizo acudir las lágrimas a sus ojos. Grandes y amargas gotas cayeron en la copa mientras la tomaba, humildemente, de manos del tirano.

-¡Ja, ja, ja! -rió éste con todas sus fuerzas-. ¡Ved lo que puede un vaso de buen vino! ¡Si ya le brillan los ojos!

¡Pobre infeliz! Sus grandes ojos fulguraban en vez de brillar, pues el efecto del vino en su excitable cerebro era tan potente como instantáneo. Dejando la copa en la mesa con un movimiento nervioso, Hop-Frog contempló a sus amos con una mirada casi insana. Todos ellos parecían divertirse muchísimo con la «broma» del rey.

En el caso de Poe el alcohol es sólo una adenda curiosa de su biografía, no la piedra miliar, ni el tema fundante de sus obras.

El ajenjo fue la bebida de moda entre los poetas simbolistas franceses y los poetas decadentes londinenses. El poeta francés Charles Baudelaire escribió sobre el estado de embriaguez:

Hay que estar ebrio siempre. Eso es todo: ésta es la única cuestión. Para no sentir el horrible peso del Tiempo que nos rompe la espalda y nos inclina hacia el polvo, hay que embriagarse sin descanso.

En su ensayo “Escribir, beber, gozar y morir”, Hernán Lara Zavala dice:

Faulkner y Fitzgerald, por ejemplo, eran grandes bebedores y bebían mientras trabajaban. Vivieron durante una época —después de la Primera Guerra Mundial— en la que la máquina de escribir, el cigarrillo, la noche y el alcohol se veían como elementos inseparables para quien aspirara a convertirse en novelista, lo cual podía resultar sumamente riesgoso como lo mostró la vida de Scott Fitzgerald que acabó en la bancarrota moral (crack-up) consumido por la depresión, la angustia y la esterilidad a causa de su dipsomanía. Tierna es la noche es una de las novelas más tristes y trágicas porque aborda el tema de la degradación y desintegración física y moral de una persona de buen aspecto a causa del alcohol: es como una radiografía y un minucioso estudio del proceso de autoaniquilación que sufrió Fitzgerald en carne propia y en donde se preludia, como en una profecía bíblica, su propia caída.

Hay muchas leyendas sobre el alcoholismo y la causa de la temprana muerte del poeta británico Dylan Thomas (a la edad de 39 años). Una de las leyendas cuenta que Thomas murió luego de volver del White Horse Tavern y decir: "He bebido 18 vasos de whisky, Creo que es todo un récord".

Debido al mal estado en el que Thomas se encontraba el doctor Milton Feltenstein, quien lo fuera a visitar al hotel, recetó un esteroide llamado ACTH para calmar su malestar, después le suministró morfina ya que creía que Thomas padecía (igual que Poe) delirium tremens. Este medicamento puso en coma al poeta, quien tuvo que ser trasladado al hospital St. Vincent, donde murió el 9 de noviembre de 1953, con un diagnóstico post mortem que indicó como principal causa de su muerte una neumonía y un daño cerebral provocado por la morfina.

Otra novela sobre esta degradación generada por el alcohol propuesta en el ensayo de Lara Zavala es la narración autobiográfica escrita y publicada en 1990 por John O'Brien.

Leaving Las Vegas es a la vez una acusación, y una carta de amor a una vida de oscuridad provocada por el alcohol. El libro detalla la vida de un hombre que ha ido a Las Vegas con la intención de beber hasta morir. Poco antes de que se produjera la versión cinematográfica de su libro, O'Brien, que estaba luchando poderosamente contra el alcohol, se pegó un tiro y murió a los 34 años de edad.

 

Hay muchos mitos alrededor del estereotipo del escritor borracho, hay obras que han nacido de la embriaguez etílica así como otras que han nacido de otros estados alterados de consciencia, el alcohol ha sido empleado como método de inspiración o como paliativo del mundo, sin embargo, las obras que sobresalen superan este “valor” agregado a la obra. Tomar alcohol o consumir otro tipo de estupefaciente que altere nuestra percepción es una decisión que no debería afectar a la lectura de una obra, y mucho menos dotarla de un valor estético falso.  

 

Twitter del autor: @tplimitrofe

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