Es posible que en nuestros días la originalidad sea un gran lugar común, un encadenamiento de clichés resultante de la obsesión contemporánea por la autenticidad. En cierta forma, esta paradoja podría ser asimismo el resultado del individualismo que también caracteriza a nuestra época. “Sé tú mismo”, se nos dice, y paralelamente se nos ofrece el contenido con el cual llenaremos ese mandato. Sólo que, por aritmética elemental, son más las identidades que el material producido. Y ahí está el cortocircuito: el afán de originalidad nos lleva a ser como los otros.
En parte esa es la llaga que con ironía toca Sociality Barbie, una cuenta de Instagram que se burla de ciertos motivos que aunque se multiplican hasta el infinito en las redes sociales, en cada ejecución de esas repeticiones hay una intención de originalidad. La comida que comemos, el viaje que realizamos, la ropa que usamos: todo puede pasar eventualmente por las redes sociales pero, curiosamente, bajo formas específicas, con ciertos hashtags y no otros, con una postura ensayada y una disposición ya conocida de los objetos.
La originalidad se convierte así en una cualidad que se reproduce una y otra vez, incluso por una muñeca inerte, cuyas fotografías bien pudieran pasar por las de cualquier usuario “vivo” de redes sociales.