La evolución conserva formas y patrones: tenemos vasos sanguíneos, cinco sentidos e inteligencia gracias a las plantas.
La inteligencia animal se ha demostrado de muchas formas, por experimentos y detallada observación del ojo humano hacia su entorno, desentrañando los misterios del lenguaje de señas aprendido por los chimpancés, de la asombrosa memoria de los elefantes, la sensibilidad de los delfines, la capacidad de resolver problemas de los roedores…
Pero las plantas, primeros habitantes de la superficie del planeta Tierra, han sido excluídas de estos estudios etológicos (relativos al comportamiento animal) y discriminadas por no tener cerebro.
Así, el concepto que tenemos de la inteligencia parece ser impuesto, prejuicioso y extremadamente simplista: visualizamos inteligencia como el producto del cerebro, de la misma forma en que la orina es producto de los riñones. “Un cerebro, sin el cuerpo, produce una nada de inteligencia”, afirma Stefano Mancuso (neurobiólogo y coautor del libro Brilliant Green o Verde brillante).
Por ende, el cerebro no es necesariamente la condición para estar dotado de inteligencia.
Las plantas resuelven problemas: y la inteligencia implica la capacidad de solucionar problemas. Prueba de ello es que las plantas colonizaron la superficie de la Tierra hace más de 450 millones de años y se las ingeniaron para habitar un planeta con una atmósfera inhóspita para cualquier otro ‘organismo superior’. El hecho que tengan capacidad de movimiento restringida derivó en que hayan desarrollado mecanismos sofisticados y fascinantes para almacenar energía, reproducirse y protegerse de los depredadores.
Las plantas perciben la humedad y los campos electromagnéticos y también se comunican entre ellas por olores, señales eléctricas o vibraciones, enviando mensajes de alerta a sus vecinos.
Mancuso localiza la inteligencia de las plantas en los extremos de las raíces. De hecho, es impactante hacer asociación de ideas y recordar que las neuronas cerebrales tienen una excesiva similitud con las raíces vegetales. Y es que la evolución ha inventado un número finito de formas, estructuras y recursos para la vida, y los recicla a través del tiempo evolutivo, los transforma, los moldea, pero la estructura es la misma, como si se tratara de un mismo molde para cocinar diferentes pastelillos.
¿Cuántas veces no se ha relacionado algún tipo de flor con los genitales femeninos o masculinos?
La forma se mantiene. Nuestro complejo sistema vascular lo heredamos de las plantas, nuestros poros, también los tienen ellas. Es más, tienen muchísimos más cromosomas que nosotros. Si seguimos pensando que porque no tienen boca no pueden comunicarse, si no tienen piernas no pueden moverse y si no tienen cerebro no pueden pensar, caemos una vez más en el concurrido antropomorfismo. Enfrentémoslo: las plantas son más complejas. Y aun así dudamos de su inteligencia. Ellas nos la heredaron a través de millones de años, en formato humano.
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