Sobre la visión que tuvo el músico Richard Strauss antes de morir

La realidad es un sonido que debes sintonizar.

Anne Carson

Continuamos ahora el ascenso de la Cadena del Ser y escuchamos lo que nos informan quienes escucharon una música que no es de este mundo.

Joscelyn Godwin

En su extraordinario Cuerpo espiritual y tierra celeste, el islamólogo francés Henry Corbin nos introduce a la visión escatológica de los místicos del Islam chiíta. Quizás no existe una cultura con una imaginación tan rica, toda una escuela esotérica dedicada al delicado arte de imaginar y mapear mundos invisibles, de ensoñar y aprender a percibir el paraíso: la "tierra celeste". Corbin, en su extenso estudio de las visiones teosóficas de Shahab al-Din Suhrawardi y de Ibn Arabi, especialmente (aunque de toda una tradición que evoluciona del mazdeímo hacia el neoplatonismo y el misticismo musulmán), siente la necesidad de acuñar el término "imaginal" para diferenciar esta facultad perceptual de lo que nuestra cultura considera peyorativamente como "imaginario", la fantasía, la irrealidad. En esto encuentra apoyo en el alquimista Paracelso quien se refería a la imaginatio vera, la imaginación verdadera, una facultad que aprehende realidades más allá de la materia.

Corbin argumenta de manera convincente que la imaginación activa de los místicos no es el resultado de una fantasía sobreexcitada sino que es el desarrollo de un cuerpo sutil, de un ojo del alma y de un vehículo espiritual para viajar a un mundo real, el cual llama "mundus imaginalis", el octavo clima, Hūrqalyā en el lenguaje de los místicos iraníes. La vida bajo esta lógica imaginal es entonces el tiempo y el proceso que tenemos para construir un cuerpo (algo similar al ochema pneuma de los neoplatónicos) para al morir mantener nuestra conciencia y dirigir nuestro atención al mundo de la imaginación verdadera, del espíritu como realidad integradora. La muerte es literalmente una transfiguración --como han sugerido muchas de las grandes tradiciones filosóficas, la egipcia, la griega, la védica, una purificación del alma, una espiritualización del cuerpo y una depuración del órgano de percepción que hace del "Paraíso su mundo, su 'verdadero mundo', es decir, ya no es una realidad extraña y opaca, sino transparencia, presencia inmediata de sí mismo ante sí mismo". 

En este encantador libro Corbin cuenta la historia también de la visión cercana a la muerte del compositor Richard Strauss, la cual vincula con la idea del cuerpo de la resurrección en el misticismo iraní. 

¿Qué sentido tiene todo esto hoy en día para nosotros? Nada más que eso mismo por delante de lo que vamos, eso que, cada uno de nosotros configura a imagen de su propia sustancia. Lo hemos visto expresado en lenguas lejanas y próximas a la vez, tanto en contextos muy antiguos como en modernos (hemos ido del mazdeísmo al šayjismo). Es probable que las experiencias de los Espirituales de Irán nos sugieran a cada uno de nosotros algunas comparaciones con determinados hechos espirituales conocidos en otras latitudes. Desearía recordar aquí las últimas palabras que pronunció en sus últimos momentos el gran músico Richard Strauss: “Hace 50 años”, dijo, “escribí Muerte y Transfiguración (Tod und Verklärung)”. Luego, tras un silencio, añadió: “No me equivoqué. Era exactamente eso”.

Strauss escribió Muerte y Transfiguración, un hermoso y enérgico poema tonal a los 25 años de edad. La obra, a la luz de su muerte, tiene un carácter de profecía autocumplida. La música representa la muerte de una artista que al contemplar los actos de su vida en un arco de reminiscencia, finalmente recibe la deseada transfiguración "de los infinitos linderos del cielo".

La analogía entre la visión confirmatoria de Strauss y la cosmovisión espiritual de los filósofos iraníes es relevante, además, porque Corbin compara el proceso de hacer visible el mundus imaginalis con una progressio harmonica, un concepto musical que "designa una ejecución que permite oír más armónicos a medida que se avanza hacia el agudo hasta que, a partir de una altura determinada, resuena además el sonido fundamental". Ese sonido fundamental es el cielo velado por la percepción aún no refinada, por el cuerpo sin alas. En la gnosis chiíta se produce "un fenómeno similar a la progressio harmonica. Cuanto más 'ascendemos', más armónicos escuchamos, hasta que terminamos oyendo el fundamental, el que ha dado el tono al capítulo anterior". Esto es el octavo clima, la octava que le sigue a esta existencia material.

Hay en todo esto un admonición que no debemos pasar de largo, si es que nos mueve en algo este fervor místico de lo imaginal. Se deduce de lo anterior inexorablemente que nuestro cuerpo es la estructura con la que estamos construyendo nuestro siguiente cuerpo: la sal y la luz no solo de este mundo, sino del otro mundo. En la arquitectura de nuestra vida está la arquitectura del cielo, del alma. Dice Corbin:

Esta tesis fundamental está apoyada por esta frase šayjí: "El paraíso del gnóstico fiel es su propio cuerpo, y el infierno del hombre sin fe ni gnosis es asimismo su propio cuerpo”. O también ésta que resume el fruto de las meditaciones del šayj Aḥmad Aḥsā’ī sobre el “cuerpo de diamante”: “Cada individuo resucita con la misma forma que su Operatio (en el sentido alquímico de la palabra) ha fijado en el fondo secreto (esotérico) de sí mismo”.

Por último dejamos que Corbin describa la consumación de la visión mística, esa progresión armónica que es una inclusión de la música de las esferas, de las ciudades sutiles del alma, en el ojo que abarca y que abraza, que se transforma en aquello que ve:

En el límite en el que el propio límite deja de serlo para convertirse en un tránsito vemos un inquietante e ineludible testimonio: su realización corresponde desde luego a la fe profesada en lo más recóndito del alma. Si recordamos los últimos compases del poema sinfónico citado [Muerte y Transfiguración de Strauss], comprenderemos lo que quiere decir esta constatación en presente, cuando lo último se convierte en un comienzo: todo lo que se presintió, todo por lo que hubo lucha y esperanza, mantenida en secreto como un desafío, es eso exactamente. Gravedad triunfante del coro con el que finaliza la sinfonía Resurrección de Mahler: “¡Oh!, créeme, corazón, no pierdes nada. Guarda, sí, guarda para siempre lo que fue tu amor, lo que fue tu lucha”. Solo importa una cosa en la noche que envuelve nuestras vidas humanas: que crezca esa luz, esa incandescencia que permite reconocer la “Tierra prometida”... la Tierra de Hūrqalyā de las ciudades de esmeralda.

 

Twitter del autor: @alepholo

 

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