Luego de más de 1 década en la que la moda del tatuaje se masificó, hoy existen millones de personas que han impreso con tinta su cuerpo. Celebraciones de eventos importantes, inicios o culminaciones amorosas, llamados místicos, caprichos estéticos, borracheras que literalmente quedaron en la memoria corpórea... los motivos son casi incontables. Sin embargo, el arte del tatuaje data de hace varios siglos, en algunos casos milenios, y en muchas culturas representa una práctica rigurosa que ostenta un rico bagaje simbólico e histórico.
Historia
Dentro de la historia gráfica de Japón, los tatuajes tienen indudablemente un lugar especial. Los primeros registros apuntan a la era paleolítica, mientras que en el período Edo (1603-1868) se desarrolló una técnica conocida como irezumi, la cual se caracteriza por cubrir por completo el tórax, un brazo o una pierna. Originalmente estas marcas se utilizaban como un castigo penitenciario y luego, durante el siglo XVIII, los tatuajes comenzaron a popularizarse en los distritos rojos cuando prostitutas, criminales y seres nocturnos imprimían su piel con motivos que aludían a textos históricos, ya fuesen místicos o filosóficos. Eventualmente esta práctica sería adoptada por la célebre mafia japonesa, los yakuza, quienes daban a los tatuajes un gran valor simbólico y distintivo.
Por sus distintos antecedentes los tatuajes en Japón fueron, y hasta cierto punto son, asociados al crimen o la mala vida. Incluso a comienzos del período Meiji (1868-1912) fueron prohibidos, con el afán de segregar a los tatuados del resto de la población. Al respecto, el tatuador tradicional Alex “Horikitsune” Reinke advierte en una entrevista para la BBC:
Mostrar tus tatuajes en Japón es una ofensa para los demás. Por ejemplo, no puedes mostrarlos en los onsen (baños públicos) porque la gente se va a sentir amenazada y ofendida porque durante mucho tiempo los tatuajes tradicionales japoneses eran utilizados exclusivamente por los yakuza.
El maestro Horiyoshi III
Este personaje ha dedicado su vida a tratar de mantener viva la tradición del tatuaje dentro de la cultura japonesa –una empresa difícil si consideramos los antecedentes culturales asociados a esta práctica–. Tras hacerse su primer tatuaje a los 12 años, a los 21 conocería a sus maestros Horiyoshi I y Horiyoshi II, quienes lo iniciarían en el arte del irezumi, le darían su propio "traje" de tinta y le permitirían utilizar su nombre para continuar con el linaje. Actualmente quedan menos de 100 maestros irezumi en Japón.
Todo lo que dibujas debe proceder de los textos de historia. Este tipo de tatuaje es parte de una "cultura superhistórica", es un tipo especial de arte japonés histórico. Hoy la cultura japonesa está rota, la gente quiere tatuajes para verse peligrosos o cool pero carecen de sentido. Yo sigo haciendo esto para mantener viva la historia japonesa.
El maestro Horiyoshi III sabe que tatuar es algo mucho más trascendental y relevante que una moda o una práctica estética. Está plenamente consciente que se trata de un arte con un gran peso histórico y que responde a una tradición ancestral, por lo tanto, preservarla es responsabilidad de los pocos maestros restantes. En este sentido, actualmente tiene dos aprendices activos, uno de ellos es extranjero (Alex Heinke). Y más allá de legar la privilegiada técnica que posee, Horiyoshi III busca transmitir la mística y la filosofía detrás de este arte. Ahí radica, en realidad, el entrenamiento.
En el caso de Reinke, que conoció a su hoy maestro en una convención de tatuadores en Boloña y quien lleva más de 16 años de entrenamiento, tatuar tiene implicaciones mucho más allá del cuerpo físico:
Cuando entrenamos aprendemos a separar el ego de la creatividad. Así, cuando trabajas no dibujas una ola o algo más, en realidad te estás transformando en esa ola. Todo el trabajo de Horiyoshi está basado en el zen; en una filosofía de la humildad.