Puesto que yo soy imperfecto y necesito la tolerancia y la bondad de los demás, también he de tolerar los defectos del mundo hasta que pueda encontrar el secreto que me permita ponerles remedio.
Mahatma Gandhi
El hierofante
También conocido como el pontífice, esta vinculado con la comunicación entre Dios y el hombre. Representa valores como la humildad, la amabilidad, la bondad, la compasión, y de pasadita la inspiración. No podríamos dejar de pensar en las propiedades místicas de Robert Bresson, quien en su forma de hacer cine podría ser considerado como todo un hierofante. Principalmente podríamos destacar la casta e impoluta conexión celestial que se da en cada plano, cada escena, cada secuencia que conforman Diario de un cura de aldea (1951). El padre Ambricourt (Claude Laydu) proporciona paz a la comunidad a la que le toca servir, ayuda desinteresadamente con la gran fuerza que le propicia su enorme fe; aunque al mismo tiempo se encuentre muriendo de cáncer estomacal, detalle en el guión simbólico de que el espíritu se encuentra más allá de un cuerpo, pero por medio de manos, oídos y boca se desenvuelve en este plano material.
Sally Nichols va tan lejos como para nombrar a esta carta como el rostro de Dios, que bien podría ser el rostro del padre Ambricourt. Por su parte el autor Banhaf nos dice que “simboliza el mundo de la fe y una profunda confianza que emana de la certidumbre de la fe. En la antigüedad era considerada una de las tres cartas protectoras del Tarot, que determinaban de forma casi siempre propicia la evolución de un asunto”. Así entendemos cómo trasciende su cuerpo el adorable Ambricourt, haciendo a un lado el ego y dejando que Dios actúe por medio de él. Aunque es la manera como está filmada la cinta lo que realmente hace que el arquetipo penetre hasta los últimos resquicios de la película, con la cámara fija, los encuadres abiertos donde la naturaleza circula al padre como una gran aureola mientras viaja en bicicleta o camina; es la belleza abrumadora de la divinidad expresada en el encuadre. Al igual que cuando escribe en su austera pieza bajo la tenue luz de su quinqué, casi sin comer y únicamente bebiendo un poco de vino consagrado, el sacerdote sobrevive al mundo material para conectar cielo y tierra mientras vive. Es aquí donde un joven Bresson aprende su estilo que ahora ha influido en todo el cine de arte, cine lacónico donde menos es más, donde no necesariamente se escucha lo que se ve, donde no son necesarios los actores, porque los arquetipos bailan mejor entre personas que entre actores. Bresson siempre habló de modelos en lugar de actores, por donde el personaje se expresa en el vacío. Como lo dice Klaus Bergman: “revela el sentido espiritual que tiene el individuo y al mismo tiempo su soledad. Incluso puede significar celibato”.
El vendedor de Biblias y el padre soltero
La película Salesman (de los hermanos Myseles, 1968) es un ejemplo clásico del estilo documental promovido como cine directo en los 60, contraparte del cinema verité francés de Jean Rouch, donde se intenta retratar la realidad fidedignamente y con la debida distancia, mientras esta se despliega frente a la cámara del cineasta. Una cuadrilla de vendedores de Biblias ataca el Midwest americano, de casa en casa van hablando de fe con tal de vender algún ejemplar, hablando del Nuevo Testamento en contra del Viejo, del clima, de las enciclopedias contra las Biblias. Uno de sus integrantes, el protagonista, una encarnación del arquetipo del sumo sacerdote, es Paul Brennan, apodado como “El Tejón”, quien tiene que viajar en su interior con la presión exterior de la venta para descubrir los poderes introspectivos de la carta, la inspiración para creer de verdad.
Ted Kramer (Dustin Hoffman) en cambio es publicista, no tiene tiempo para su familia que consta de una bellísima esposa Joanna (Meryl Streep) y su pequeño hijo; así que ella, harta, lo abandona, provocando que el sumo sacerdote vaya surgiendo de su interior tomando control de la situación, transformándose al tener que hacerse cargo de su hijo y convertirlo en un buen ser humano.
Una recién nacida mirada espiritual, que una vez más se pone a prueba con el regreso de Joanna. “Es una carta que indica que los problemas matrimoniales y familiares pueden resolverse con sentido común, sacrificio, oración, comprensión y generosidad”, como nos recuerda el doctor Klaus Bergman, que acaba siendo el caso de Kramer vs Kramer (Robert Benton, 1979). Ted y “El Tejón” son hombres comunes que tienen que creer para dar paso a una mejor versión de si mismos, de sus vidas.
En estas dos cintas la participación de la fotografía es básica para el surgimiento de la carta del Papa, en los expresivos close-ups, en la luz, y en la manera como los movimientos de cámara propician un banquete al montaje. Kramer vs Kramer cuenta con la participación de Néstor Almendros, quien por medio de su estilo realista encuentra los atributos positivos de Ted, con la iluminación, y así el estilo se va volviendo tan sobrio como el interés de Ted por la vida humana, más allá de sus triunfos económicos de emperador. En el documental, la cámara del mismo Myseles torna el truco de aparentar estar a dos cámaras, con tomas de protección de sucesos en el mismo espacio, orquestando en la edición la mentira de la verdad. Es así como se logra atrapar con verosimilitud al Tejón que emerge de la bruma, del hielo después de una nevada, de sus preocupaciones por no vender para dar un salto de fe, en un Dios que escribió el libro que vende, a la conciencia de estar vivo.
El sacrificio y el sacerdote invertido
En cintas como Joe contra el volcán (John Patrick Shanley, 1990) o El hombre que pudo reinar (John Huston, 1975), donde hombres ordinarios sorprendentemente acceden a una situación extraordinaria, en algún país lejano, al ser confundidos por dioses para convertirse en reyes. Sin pertenecer al clan, se vuelven no solo parte de un ancestral ritual sino su mismo sacerdote; mediante la carta del loco pasando a ser la del sacerdote por ejercicio divino, pero sin estar listos para tal acción, serán el sacrificio mismo hecho carne, necesario para que esta población pueda subsistir. Un fenómeno cinematográfico que queda mejor ejemplificado en una obra maestra como lo es El hombre de mimbre (Robin Hardy, 1973), donde el sargento Howie (Edward Woodward) tiene que viajar en una avioneta a un poblado en una isla, en busca de una jovencita que ha desaparecido. La comunidad contiene maneras de vivir paganas, compuestas por curiosos rituales primaverales, y gentiles personas que aseguran que la chica no existe. A medida que avanza la trama, el juego se va invirtiendo, y nos damos cuenta de las pocas opciones de escapatoria para el oficial Howie, porque aquí las leyes que conoce no operan, y así no queda más que aceptar su destino, transformándose en “el hombre de mimbre”. Este tipo de engaños tiene que ver con las partes negativas del naipe cuando aparece invertido en una tirada, su posición de engaño, de impotencia, irresponsabilidad y calumnias, un escaso sentido del sacrificio, que es lo que viven estos personajes ante su destino final, para ser otro tipo de sacrificio.
Es el destino que le tocaba vivir al doctor Harford (Tom Cruise) en Ojos bien cerrados (Stanley Kubrick, 1999), después de asumir una personalidad que no es la suya para jugar un juego dentro de un ritual que no entiende. Tiene que venir la presencia de la carta de la sacerdotisa en el cuerpo de Mandy (Julienne Davis), volviéndose el sacrificio para liberarlo de su rol de sacerdote invertido, frente a un grupo de sacerdotes invertidos que rigen el círculo social al que pertenece Harford. Aquí aprendemos que su rol de sacerdote es al lado de su esposa Alice (Nicole Kidman), sin rebasar fronteras profesionales en su trabajo y, siendo el padre íntegro para su hija, por medio de la carta del sacerdote podrá lograrlo.
Como retablo abstracto y evolución
Dog Star Man (Stan Brakhage, 1962-64) es el proceso de evolución del hombre hacia las estrellas, o de las estrellas con capacidades divinas hacia el hombre que puede percibirlas. En la opus magnum de Brakhage la película es dominada por el artista por medios sacerdotales al reverenciarla, ejerciendo su poder dentro de ella.
Liberar al cinematógrafo de la suciedad mercantil que lo ensucia en cada operación del cine comercial para así lograr trascender a un nivel como las demás artes, en un ejercicio mágico de unificación del macrocosmos con el microcosmos, donde el artista sacerdote, un director-autor, tiene que olvidarse de todo para que, como un arquero zen, pueda pegar en el blanco.
El Maestro Therion explica su versión del naipe en observaciones pertinentes para este capítulo:
La carta está atribuida a Tauro; de aquí que el Trono del Hierofante esté rodeado por elefantes, que son de la naturaleza de Tauro; y, de hecho, él está sentado sobre un toro. A su alrededor se ven las cuatro bestias o querubines, uno en cada esquina de la carta; pues estos son los guardianes de todo santuario. Pero la principal referencia que se hace es al arcano particular que comporta la tarea básica, el elemento esencial, de todo trabajo mágico; la unión del microcosmos con el macrocosmos. En consecuencia, el rosetón es diáfano; ante el Revelador del Misterio hay un hexagrama que representa al macrocosmos. En su interior vemos un pentagrama en el que aparece un niño bailando. Este simboliza la ley del nuevo Aeón del Niño Horus, el cual ha suplantado a aquel Aeón del «Dios Agonizante» que rigió al mundo durante 2 mil años. Ante él se ve la mujer que ciñe una espada; ella representa a la Mujer Escarlata en la jerarquía del nuevo Aeón. Este simbolismo se ve completado en el rosetón, donde detrás del tocado fálico, florece la rosa de cinco pétalos.
Qué en la versión de Brakhage sea un hombre barbado, de cabello largo, como en el naipe de Therion, y basándose en el árbol que tanto busca en su centro para llegar al firmamento en la película, de la llave que sostiene en su mano izquierda en el naipe, el hacha que sostiene en sus dos manos en la cinta, en conjunto con la explicación de Therion tiene mucho sentido.
Por su parte, Chamana (Szamanka, Andrzej Zulawski, 1996) es un filme que nos hace conscientes de nuestra naturaleza prismática, donde el sacerdote se puede reflejar por nuestra conciencia, aunque él venga del pasado o aun del futuro. Un antropólogo, profesor de universidad, encuentra un cuerpo de un chamán antiguo de miles de años de edad, al mismo tiempo que conoce a una joven que se comporta como el espíritu del chamán y poco a poco, por medio de la manera como se relacionan sexualmente, pueden aspirar a consolidar la carta del Tarot entre los dos y trascender sus cuerpos. El hierofante como chamán se presenta en un juego de pareja que no usa el intelecto para actuar, y en una conciencia compartida que no es ni del uno ni del otro: se encuentran.
El aspecto restaurador
En la graciosa screwball comedy ejemplar Al servicio de las damas (My Man Godfrey, Gregory La Cava, 1936), Godfrey (William Powell) vive como vagabundo en un basurero junto a un río cuando en realidad pertenece a una buena familia de Boston, porque ha perdido la fe en la humanidad después de una decepción. Por azar, Irene Bullock (Carole Lombard) y sus amigos con los que echa la copa lo encuentran una noche en medio de un juego de retos aristocráticos, tienen que convencerlo para llevarlo con ellos y ganar de esa manera. Godfrey va con ellos únicamente para dar un discurso bastante gracioso en contra de usar a las personas como si fuesen objetos, o por lo menos gracioso para la alta y elegante sociedad. Casi es adoptado por Irene, quien lo lleva a su ultraburgués hogar a trabajar como mayordomo. Entre dinámicas disparejas donde los adultos se comportan como niños berrinchudos Godfrey va tomando conciencia y recuperando el amor por la vida al irlos enseñando a vivir mejor, resolviendo cualquier asunto trivial que dista de ser trivial en su esencia, y a apreciar más lo que tienen y lo que no tienen, todo por medio de un juego que nunca termina. El sacerdote como un acto de bondad, una entrega para reparar y así ir recibiendo el fruto del trabajo diario para encontrar el corazón propio y ¿por qué no?, también el de Buda. Godfrey sonriente llena el espacio de luz contagiosa que le purifica el alma, es el sacerdote en sus más puras propiedades.
Fuentes
Bergman, K. Tarot.
Crowley, A. El Libro de Thoth: Breve ensayo sobre el Tarot de los egipcios.
Nichols, S. Jung y el Tarot.
https://archive.org/details/MyManGodfrey1936
Twitter del autor: @psicanzuelo
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