Esta es la vida de un hombre que, como otros millones, cuida de su mujer, juega con ella, intima y se percibe, junto a ella, como una sólida construcción social. Sin embargo, Jenny no es una mujer ordinaria, de hecho no respira ni habla ni defeca: el estar constituida de silicona no se lo permite –tal vez ni siquiera tiene alma, aunque nadie podría garantizarlo.
Sandra Hoyn es una fotógrafa que decidió documentar la vida cotidiana de esta singular pareja. Las escenas y rituales que se entrelazan para dar vida a las rutinas de este hogar son un tanto perturbadoras: hay algo evidentemente no natural pero a la vez se percibe un amor genuino, y esto es quizá lo más incómodo.
"Dirk", pseudónimo elegido por el coprotagonista de esta serie fotográfica, está profundamente enamorado de Jenny. Incluso, como suele ocurrir con las parejas ordinarias, ella es un pilar definitivo en la vida de él:
Jenny me da seguridad. No me gustaría vivir jamás sin ella. Sus palabras me conmueven. La pureza, serenidad y honestidad de lo que me dice.
A Jenny le gusta sentirse protegida y de hecho su cuidado demanda cosas como una ducha y aseo general una vez por semana, así como ser trasladada en el hogar mediante una silla de ruedas. A Dirk le pesa enormemente no poder salir con ella e incorporarla a su vida social, pues sabe que juntos forman una pareja lo suficientemente anormal como para estar condenados al ostracismo. Sin embargo, cuando está con ella parece que nada le falta.
Más allá de los juicios de valor este caso, que muchos podríamos considerar patológico, condensa algunas de las principales cualidades socioculturales de la actualidad. En este sentido, el amor de Jenny y Dirk es un buen pretexto para reflexionar un poco en torno a las condiciones que rigen hoy nuestra vida:
Por un lado vivimos en la era de la simulación, así que por qué no derramar este afán simulatorio en la pareja misma, contrayendo matrimonio, por ejemplo, con una muñeca de silicona y transfiriéndole una compleja personalidad.
La soledad podría estar hoy viviendo su época dorada, algo ciertamente paradójico si consideramos la hiperconectividad que proveen Internet y los dispositivos móviles. Sin embargo, quizá nunca en la historia ha habido tantas personas experimentando un sentimiento de soledad.
La búsqueda a las respuestas de la existencia siempre mirando hacia afuera y no hacia adentro. Esta exteriorización de la exploración existencial caracteriza notablemente a las sociedades actuales.
La perversión sintética (o por lo menos la deshumanización) de las relaciones sociales incluyendo, en algunos casos, las más íntimas.