Frente a la naturaleza es posible tomar varias posturas. Históricamente, la más usual ha sido considerarla una fuente inagotable de recursos, una especie de almacén infinito de donde hemos tomado todo lo necesario para subsistir y evolucionar. Sin embargo, como bien sabemos por los resultados obtenidos, dicha postura ha sido más perjudicial que benéfica, sobre todo para la naturaleza misma, pues el ritmo de nuestras necesidades parece superar por mucho la capacidad de abastecimiento de aquella.
En oposición a esto, hay quienes hablan de un “retorno a la naturaleza”, un esfuerzo por recomponer la relación de nuestra especie con nuestro entorno y devolverla al punto de equilibrio que alguna vez tuvo.
Si el trabajo fotográfico de Ruben Brulat tuviera que comprenderse bajo alguna de dichas ideas, sería sin duda esta última. A lo largo de su carrera, Brulat ha ejercido una fórmula con la que busca reconciliar al ser humano con el ambiente que lo rodea: en un paisaje impresionante, sobrecogedor incluso, en el que la naturaleza se hace presente con toda su potencia, el fotógrafo sitúa el cuerpo diminuto y desnudo de una persona, un hombre o una mujer. El contraste entre ambas dimensiones y distancias, entre la exuberancia y la singularidad, lo múltiple en la desolación, ofrece entonces un significado inesperado, el mensaje de que quizá, después de todo, sí es posible ser uno con la naturaleza.
A propósito de su serie Paths, que dio a conocer recientemente, el fotógrafo dice:
Espero que estas fotografías hablen sobre amistad, sobre la vulnerabilidad nuestra y del tiempo, sobre los momentos breves de la vida que rápidamente se desvanecen en recuerdos. Todos a veces nos encontramos lejos, pero a veces cerca de casa, y frecuentemente decimos adiós para siempre a los otros. Fue una búsqueda del viaje estético, a través de países lejanos, culturas antiguas y tierras infinitas.