Nuestra experiencia con el arte se compone de múltiples elementos, algunos evidentes, otros no siempre advertidos pero que, conjugados, generan esa reacción placentera que experimentamos ante una obra artística.
Llevando esta premisa hasta los límites del sentido conceptual el artista Taylor Holland convirtió los marcos que rodean una pintura en los protagonistas de sus piezas, reflexionando de paso en la importancia que en la vida diaria de un museo se da a esa especie de envoltura en que se nos presentan las obras pictóricas.
A decir del propio Holland, la idea de este proyecto le vino cuando visitaba el Louvre, donde hasta el más mínimo detalle es celosamente cuidado.
En el caso de los marcos, este celo se expresa en las complicadas figuras que adornan algunos de los cuadros que ahí se exponen. Y aunque comúnmente el adorno no supera lo adornado, Holland se sintió mucho más atraído por la notable hechura de estos acabados que por las pinturas enmarcadas.
Sirviéndose de técnicas digitales, el artista creó entonces una serie de cuadros en que marco y pintura se funden en una misma presentación, aunque conservando las características del primero: barnices, texturas, formaciones de madera y otros materiales entre los que desaparecen los trazos del óleo.
“El resultado”, nos dice Holland, “con suerte cambiará la noción del espectador no sólo sobre lo que es el arte, sino sus percepciones mismas sobre dónde encontrarlo y apreciarlo en varios escenarios como el Louvre”.
Un ejercicio creativo que nos invita a imaginar lo que sería del mundo si el arte se desbordara fuera de los marcos que supuestamente lo limitan.