En la búsqueda de formas de vida fuera de la Tierra ocurrió hace un par de años un singular episodio protagonizado por un reconocido astrónomo ruso, Leonid Ksanfomaliti, quien en 2012 publicó un artículo en el que proponía revisar la información que se tenía hasta entonces a propósito de la posibilidad de vida en Venus. En aquel momento la astronomía estaba sorprendida por el descubrimiento de más de 500 exoplanetas, cuya diversidad de condiciones hacían pensar en que algunos podrían albergar formas orgánicas de vida.
Ksanfomaliti siguió esta idea, con una pregunta propia: si la vida es posible en las condiciones extremas de ciertos exoplanetas, ¿por qué no podría encontrarse en un lugar de condiciones similares más cercano a la Tierra? ¿Por qué no en Venus? Fue entonces cuando recurrió a los datos obtenidos por las misiones soviéticas y rusas de exploración a dicho planeta para reexaminar esa hipótesis.
El astrónomo analizó imágenes obtenidas por la misión Venera-13, en particular fotografías de un mismo espacio de la superficie marciana, en busca de cambios que podrían delatar una forma de vida. Y sus ojos la encontraron. En un panorama pedregoso Ksanfomaliti creyó ver una forma móvil que le pareció un escorpión, y así lo anunció al mundo: que había descubierto escorpiones en Venus. Y el mundo se rió de su descubrimiento.
La historia podría verse casi como una fábula si, como sugiere Emily Lakdawalla en el blog de la Planetary Society, reparamos en el exceso de confianza que llevó a Ksanfomaliti a ver lo que quería ver, a ajustar los hechos a su propia hipótesis. Sólo que, para desgracia suya, la realidad terminó por prevalecer y sobrepasarlo.