Nuestra experiencia del tiempo obedece a nuestra propia subjetividad: hay individuos que nunca han llegado tarde a una cita, mientras que otros no llegan ni con todas las notificaciones del mundo. Ciertas culturas (además de la impronta moderna por la eficiencia), como la japonesa, guardan el mayor respeto por la consideración del tiempo de los demás; otras, como la nuestra, asocian una especie de elegancia a llegar ligeramente tarde a la cita. Pero el tiempo según lo experimenta la conciencia no se deja ordenar según las coordenadas del meridiano de Greenwich.
Un estudio realizado por el doctor Jeff Conte, profesor asociado de psicología en la Universidad Estatal de San Diego, ofrece una visión dicotómica pero ilustrativa de cómo diferentes individuos, de acuerdo con su tipo de personalidad, tienen distintas experiencias del tiempo.
Se dividió a los voluntarios en dos grupos: los de personalidad tipo A son los más activos, orientados a logros y hostiles en algunas ocasiones; los de tipo B son más relajados y amigables, pero también suelen llegar más tarde a las citas. A través de diferentes pruebas, cada individuo de ambos grupos tuvo que medir su percepción de la duración de 1 minuto. Los del tipo A estimaron que el minuto dura 58 segundos, mientras que los del tipo B lo estimaron en 77 segundos.
En otras palabras, nuestra puntualidad depende de nuestros hábitos, y estos a su vez dependen de la manera en que organizamos subjetivamente el tiempo a nuestro alrededor. Los ajustes en nuestros ciclos biorrítmicos y nuestra consideración social por los demás determinan la forma en que gastamos los minutos, e incluso podría decirse que, subjetivamente, definen para cada quien la duración de su vida.