Comencemos por declarar que en la naturaleza “la realidad supera a la ficción”. No es necesario detenerse a defender el punto, los ejemplos para justificarlo son vastos. Plantas carnívoras, hongos bioluminiscentes, cefalópodos gigantes, serpientes voladoras, virus que parasitan a otros virus. Organismos perturbadores como el celacanto o emblemáticos como el narval. Absurdos como el aye-aye de Madagascar o desquiciados como la rata topo desnuda que vive en colonias gregarias bajo la tierra. No obstante, con seguridad habrá algún erudito que se muestre reacio a aceptar dicha noción. Después de todo, no es una afirmación que se pueda tomar muy a la ligera. Pero para aquellos escépticos que vanaglorian la fantasía sobre las posibilidades de la evolución, la biodiversidad tiene deparada una sorpresa. Un ente cautivador y desconcertante. Más propio de la pluma de Julio Verne que de los charcos en donde habita. Y no nos estamos refiriendo al notable ajolote y su poder de regeneración corporal extrema, sino a un ser invertebrado. Un animal microscópico que desafía toda convención zoológica. Único ejemplar de la fauna capaz de sobrevivir en el espacio sideral. Adentrémonos pues, en el fascinante grupo de los tardígrados. Comúnmente referidos como osos de agua. Pequeñas fieras acuáticas cuyo semblante y biología superan a la imaginación.
Estos organismos minúsculos, que ostentan un tamaño que oscila entre los 0.05 y 1.5 milímetros, son capaces de hacer lo que ningún otro ser viviente conocido: sobrevivir en el vacío. Claro que también son tolerantes a las temperaturas más extremas de que se tenga noticia, no sucumben ante la radiación, soportan la deshidratación prolongada y las presiones altas no les hacen mella, pudiendo así resistir las inhóspitas condiciones del espacio exterior.
Descritos por primera vez en 1773 por el pastor protestante de origen alemán Johann August Ephraim Goeze, quién los denominó Kleine Wasser-Bären, literalmente traducido como “osito de agua”, los tardígrados recibieron su nombre oficial un par de años más tarde por cortesía del investigador Lazzaro Spallanzani; término que significa “de paso lento”, en alusión a su locomoción pausada: movilidad flotante, podría decirse que casi ingrávida.
Son animales segmentados, de cuerpo cilíndrico y simetría bilateral, con entre cuatro y ocho extremidades que terminan en garras o ventosas y un aparato bucal tipo probóscide equipada con anillos filosos y papilas sensoriales. No poseen ojos complejos, ni aparato circulatorio y carecen de órganos respiratorios, el intercambio gaseoso se realiza por toda la superficie del cuerpo. Se encuentran recubiertos por una cutícula quitinosa que muda periódicamente y que adopta distintos colores según la iluminación circundante. Casi toda su constitución corresponde a un gran intestino y son eutélicos, esto es que el número de células de su cuerpo es constante a lo largo de toda la vida, no crecen por medio de la división celular sino por el incremento de las que ya tienen.
Su imagen resulta invariablemente inquietante, el bizarro perfil encajaría a la perfección en una película de ciencia ficción o como personaje de animación japonesa. Bajo el microscopio de barrido, su silueta sugiere materiales desconocidos para el humano, superficies de una rigidez pasmosa, texturas ásperas y turgentes. De expresión relativamente ingenua, es probable que haya quien incluso los llegue a considerar como seres tiernos, pero no nos engañemos, los tardígrados son voraces depredadores, sumamente temidos dentro de la escala en la que habitan. Forrajean el entorno en busca de presas: bacterias, algas, rotíferos y nemátodos, que atraviesan utilizando sus estiletes punzantes y después sorben las células que constituyen su merienda por medio de músculos retractores circulares.
Se han reportado alrededor de mil especies distintas dentro del filum, mismas que pueden ser encontradas en prácticamente todos los ambientes del planeta; siempre y cuando haya agua presente, los tardígrados podrán encontrar su hogar. Se les ha visto merodeando las capas polares bajo el hielo de los glaciares, en la cima de las sierras volcánicas y en el fondo de las trincheras abisales. En las playas del trópico y la tundra siberiana, en las junglas de Borneo y la estepa mapuche. Desde las ventilas hidrotermales del lecho marino, hasta las hendiduras en el pavimento de los núcleos urbanos. Sin embargo, es posible que su sitio más preciado sea la película líquida que cubre musgos, helechos y líquenes, ecosistemas diminutos que generalmente pasan desadvertidos para nosotros pero que llegan a albergar hasta 22 mil individuos de osos de agua por gramo de musgo. Poblaciones nutridas en apenas unos centímetros de vegetación rastrera.
El médico Guillermo Nossa fue uno de los primeros en notar los sorprendentes dotes de estos organismos, cuando detectó la presencia enigmática de unos cuerpos extraños sobre la hoja deshidratada de un helecho en el herbario. Al agregar agua, el científico comprobó que los cuerpos se reanimaban y que pertenecían a tardígrados, los cuales reanudaron su ciclo biológico con normalidad después de más 100 años disecados dentro de la colección.
El secreto de su incomparable resistencia biológica, que desafía toda preconcepción que tenemos sobre el mundo animal, se debe en gran medida al letargo voluntario. Ante condiciones adversas, por ejemplo, la reducción de agua u oxígeno en el medio o frío extremo, los tardígrados entran en un estado similar a la hibernación denominado criptobiosis. Durante el proceso suspenden prácticamente todos sus procesos metabólicos y eliminan el líquido corporal, pasando de un total de 85% de agua, que es su composición habitual, a menos de 3%. Quedan así reducidos a una especie de pasita de sí mismos, en vida latente a la espera de que las condiciones ambientales sean propicias nuevamente. Ahora bien, los osos de agua no son los únicos organismos que pueden hacer esto, algunos anfibios, peces e insectos atraviesan por etapas de criptobiosis durante su ciclo de vida, no obstante, sólo por un tiempo limitado. Los tardígrados, en cambio, pueden permanecer en animación suspendida por decenas de años y tolerar condiciones medioambientales sumamente drásticas durante ella.
Se ha comprobado que en estado de criptobiosis, son capaces de soportar varios minutos a temperaturas cercanas al cero absoluto: -227ºC, y varios días congelados a -200ºC. En el extremo opuesto del espectro, pueden resistir temperaturas mayores que el punto de ebullición del agua, hasta 150ºC sin mayores problemas. También sobreviven a presiones altísimas, seis veces la presión que detectó James Cameron en su expedición al fondo marino. Y por si no fuera suficiente, toleran cantidades de radiación ionizante altísimas, letales para cualquier otro ser vivo. Además de aguantar la inmersión en alcohol puro o éter.
Después del descubrimiento de algunos tardígrados vivos presentes en la lámina de un cohete ruso en su regreso a la Tierra, comenzaron a realizarse experimentos para comprobar su supuesta supervivencia al espacio exterior y al vacío. En 2007, ejemplares de osos de agua fueron colocados por la agencia espacial europea en el exterior de la nave Foton-M3 y se demostró que, tras el viaje cósmico, aún eran capaces de reproducirse. Otro experimento, realizado por la NASA en 2011, en el que se les puso en órbita anclados sobre la cubierta del transbordador espacial Endeavor, corroboró estos resultados.
No son pocos los autores que han utilizado la tenaz resistencia de los tardígrados para reanimar el debate sobre la panspermia, es decir que la vida en nuestro planeta pudo haber tenido un origen extraterrestre y llegado a bordo de un meteorito. Yo no me aventuraría a ir tan lejos, son meras especulaciones que necesitarían de un análisis mucho más profundo. Además de que su material genético no apunta en esa dirección, están confeccionados con el mismo ADN y proteínas que los demás seres vivos de la Tierra. Pero eso sí, arreglados de tal manera que los dotan con la posibilidad de desafiar las conjeturas biológicas que asumimos como limitantes para la mayoría de los animales.
Para aprender un poco más sobre los fascinantes tardígrados
Twitter del autor: @cotahiriart