Es difícil definir la música de Forest Swords, pero me gusta pensar que se trata de una especie de pop instrumental neopagano o de myth ambient o un dubstep hierático, donde en la capa más profunda caminan los antiguos dioses del norte. Claro que estas clasificaciones no son importantes, son artificios del lenguaje que no son la música, como "bailar sobre arquitectura". Pero hay cierta música que inspira a escribir porque produce un encantamiento o mejor dicho deja encantado y en ese estado uno quiere escribir para retribuir la música y para formar una alianza, en este caso la de servir a la manifestación de un espíritu o un coro de espíritus que se mueven por la floresta.
Forest Swords nos presenta una música que es suficientemente amplia e indefinida como para contener la imaginación, como una copa. Evidentemente nos guía a un espacio más o menos determinado: un bosque, un contexto de mitología, una naturaleza animista, ecos de los pasos de antiguos dioses. Pero en ese espacio pueden aparecer una profusión de seres y situaciones que van más allá de lo que el pop y el rock nos ofrecen cotidianamente. Es como si se abre la puerta --a ese bosque sagrado: un túnel en el follaje-- y ahí uno trae consigo sus propios fantasmas, los cuales se modifican y se entretejen según los ritmos que son el fondo o la fuente del paisaje, como si fueran los arquetipos de los cuales surge la realidad onírica. Dictada la pauta, el escucha empieza a vivir una mezcla de antiguos mitos transpersonales y su propia cocción psíquica.
Me interesa escribir sobre Forest Swords por eso, por la directa conexión que percibo entre su música y la imaginación, el sonido que se vuelve el surtidor transparente de la visión. El sonido nos transporta a una época de la imaginación, un tiempo que nunca vivimos pero existe en nuestra mente colectiva. Nos remonta a una forma de vivir que se antoja más cerca de lo sagrado, más propensa a invocar y a hacer visible ese mundo numinoso de seres elementales y energías divinas, que lo mismo nos seducen con la luz que nos aterran con el misterio de lo desconocido o de lo que nuestra conciencia no logra soportar. Esta es una de las funciones principales del arte: hacer visible lo invisible. También, conectar, como con un hilo de oro interno, los tiempos pasados con la presencia de la memoria. La música se vuelve rito por el cual el mito se repite y se revela en su potencia diáfana. El mito que es el primer día, la configuración de las fuerzas de la creación, que se reiteran todos los días.
La impresión que me provocan algunas de las canciones del disco Engravings, es la de seguir el curso de un antiguo héroe nórdico que cumple con su destino, avanzando entre la niebla en el bosque, decodificando el lenguaje de los árboles, las runas, los sigilos y las constelaciones. En ese paso por el bosque --y posiblemente descensos por zonas liminales, sublunares-- el héroe va dejando una serie de imágenes, "grabados", lapidas o placas compuestos de metales, hojas, piedras, talismanes y pigmentos que son los objetos en los que la cualidad del tiempo se convierte en un testimonio, la memoria de su viaje en la armonía correspondiente con el lugar. En estos "grabados" se percibe cierta melancolía, cierta gravedad, pero también un compromiso insobornable. La música nos muestra un mundo en el que no se elige, simplemente se hace lo que se tiene que hacer, ese es el camino del monje-guerrero que toma su espada y reza a los principios cósmicos que rigen a la naturaleza. Este es el "peso del oro", como hace referencia uno de los tracks. Uno puede intuir que los cantos que se repiten a lo largo del disco en loops hechizados, angelicales, entrecortados, son las voces atrapadas de almas y duelos --en piedras y oquedales-- que de alguna manera ese imaginario personaje que atraviesa el bosque debe liberar.
Twitter del autor:@alepholo