El sistema escolar finlandés, uno de los mejores del mundo, dejará de enseñar materias

Hace casi 4 décadas, el gobierno finlandés se propuso un objetivo: hacer de la educación pública la base de la recuperación y el desarrollo económicos. Con el tiempo, gracias a la constancia y la seriedad con que se acometió el desafío, los estudiantes del país comenzaron a destacar en pruebas internacionales en casi todas las disciplinas, ocupando los primeros sitios en pruebas científicas, de comprensión de lectura y de matemáticas, con lo cual el modelo educativo finlandés se ganó el honroso título de ser uno de los mejores del mundo.

Ahora Finlandia podría volver a encabezar una revolución pedagógica, pues en el país se analiza modificar diametralmente la manera de enseñar para abandonar el viejo modelo de las materias e implementar una forma de aprender basada en “fenómenos”. Así, por ejemplo, en vez de estudiar, por separado Historia, Geografía o Lenguas, los estudiantes finlandeses de 16 años de edad aprenden el fenómeno “Unión Europea”.

El cambio, sin duda, es notable. Por un lado, involucra un tránsito de la fragmentación y la especialización al pensamiento complejo y multidisciplinario (una faceta prevista hacia finales del siglo XX por el sociólogo francés Edgar Morin). Asimismo, da a la enseñanza una razón inmediata y no solo trascendental, pues de esta manera se vuelve evidente el porqué de los conocimientos que se enseñan a los alumnos.

El modelo, sin embargo, no es del todo loable, pues también está animado por cierto afán pragmático y hasta utilitarista. Según declaró Pasi Silander, administrador en el gobierno local de Helsinki, uno de los propósitos es formar personas para la vida laboral, lo cual implica enfocarse en ciertos conocimientos en detrimento de otros. La suposición, un tanto siniestra, es que un cajero de banco no tiene necesidad de saber quién fue Shakespeare o cómo se reproducen los organismos unicelulares, y aunque para algunos esto puede sonar lógico (en esa lógica tan propia del capitalismo), al menos el cajero debería tener la oportunidad de elegir si quiere o no saber quién fue Shakespeare.

Sea como fuere, esta nueva forma de enseñar ya está en operación, y quizá sólo con el tiempo será posible conocer sus virtudes y sus defectos.

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