Las mujeres argentinas son conocidas por su belleza, pero también por su obsesión por ser bellas y su deseo de ser deseadas. Esto evidentemente no es algo privativo de las argentinas; el deseo (como nos ha dicho el psicoanálisis, tan popular en ese país) es fundamentalmente deseo de ser deseados y la belleza siempre ha sido una poderosa divisa, que en nuestros días es un franco ejercicio de poder genérico. Pero, como la directora Clara Cullen reconoce, en Argentina hay un orgullo, una infatuación y todo un aparato de producción de belleza que la eleva a una suerte de divinidad o de requisito para la felicidad y la satisfacción personal (es necesario señalar que se generaliza aquí para fines prácticos de una discusión y evidentemente muchas mujeres argentinas no se ven absortas por los ideales de belleza). No es baladí que las mujeres argentinas se digan entre ellas "diosas" y vivan una pujante introyección de los paradigmas de la mirada masculina: constantemente contemplando los cuerpos de otras mujeres y comparando su belleza, como si el mito de Eris se repitiera cotidianamente en sus vidas y esa ansiada manzana dorada siguiera suspendida en el aire, siempre a punto de caer entre ellas y dividirlas.
"La belleza es superior al genio, ya que no necesita explicación, es un hecho contundente, como la luz del Sol, como la primavera, como el reflejo en el agua oscura de la Luna", dice Clara Cullen en la La belleza es una forma de genio. Una voz, que pide que la miremos, brota sobre un fondo que se confunde con el rosa dorado de la carne, una confesión soberbia que utiliza a Charlotte Caniggia, la hija del futbolista, como un maniquí. "La belleza", continúa, "hace princesas a quienes la poseen" y "sólo las personas superficiales no juzgan el mundo por el físico, el verdadero misterio del mundo es lo visible, no lo invisible". Ya decía el poeta cubano Lezama Lima que lo corporal es lo enigmático: "el enigma es la fulguración de la presencia en lo visible". El cuerpo irradia una luz: es el Sol que se erige en la carne o la Luna que se desliza en la noche.
Tenemos aquí una exaltación de la belleza que nos remonta a la idea platónica y neoplatónica de la misma como presencia de lo divino en el mundo. Sin embargo, es también una distorsión de la belleza en el sentido platónico, ya que esta es siempre un reflejo, una sombra espiritual de las formas primordiales, un atributo del alma y no del cuerpo; una puerta o una ventana que nos aleja de este mundo y nos permite atisbar lo divino que yace atrapado en la prisión de la materia y desear "lo Bueno", los mundos superiores que el alma anhela ardientemente. Tenemos aquí una infatuación por la Afrodita vulgar, Afrodita Pandemos, y no un culto a Afrodita Urania, la Afrodita celeste, que es el alma del mundo.
Clara Cullen nos permite penetrar en el fuero interno de la "diosa" terrenal. "¿Qué estoy pensando? Quiero sus senos, quiero sus ojos, quiero su nariz. Ella tiene mis senos, tiene mis ojos, tiene mi nariz". Este es el ruido psíquico de esta modelo (y la mujer que quiere ser modelo, la mujer que desea que la mirada del otro se pose sobre ella como una especie de alimento energético). Clara Cullen explica que la cirugía plástica es parte de su cultura, pero esta puede ser concebida como "un arte performance", el cuerpo siendo el lienzo; un cuerpo que es tanto el sacrificio como el sacrificante. Mientras que se cultiva el arte de la seducción, no sólo se objetifica el cuerpo femenino --y se incrusta en el mercado--, también se objetifica la divinidad, o ese poder intangible que la belleza confiere.