Ave regia, asociada con la divinidad y la experiencia visionaria, el pavo real es el animal que tradicionalmente anuncia la llegada de la primavera. Celebrando la reciente entrada de la primavera invocamos la auspiciosa aparición del pavo real: y una estela de iridiscencia desfila en el aire.
El poeta Angelo de Gubernatis capta esta aparición con riqueza imaginativa:
El sereno cielo estrellado y el sol brillante son pavos reales. El profundo azul del firmamento resplandeciente con mil ojos luminosos, y el sol profuso con los colores del arcoíris, presentan la aparición del pavo real en todo el esplendor de sus plumas enjoyadas con ojos.
Jung nos dice que el pavo real es la imagen alquímica de la llegada de la primavera: la naturaleza que sonríe de nuevo, los colores que regresan al mundo, el verde de las hojas, el rojo y el amarillo y el azul vibrante de las flores que brotan como rayos de sol cristalizados. La belleza prístina de las cosas en eclosión marca el proceso de ascenso de la luz; seducción y cortejo, cantos y colores que captan la atención de parejas y polinizadores.
En el sofisticado despliegue de la cola (o “tren”) iridiscente del pavo real macho para cortejar a las hembras vemos una prueba de que la evolución tiene en alta estima a las producciones estéticas (está enamorada de las obras del tiempo). El psicólogo evolucionista Geoffrey Miller cree que el tamaño de nuestro cerebro y su capacidad de emplear atención y energía en cosas como la música, la poesía o las matemáticas, cuyo foco no es la sobrevivencia sino más bien el cortejo, denota una función equivalente a la cola del pavo real. “Las habilidades más impresionantes de la mente humana son como la cola del pavo real: herramientas de cortejo”.
Esta producción de elementos afrodisíacos, desde la flor animal tornasolada del pavo real al lenguaje metafórico humano, nos remite al dominio de Afrodita. La estética y el placer como motor biológico y seducción de los genes, pero también como un ethos metafísico. El filósofo neoplatónico Plotino nos dice que la belleza es lo que nos permite ver en este mundo el mundo divino, es una transparencia hacia lo invisible numinoso. Sin Afrodita sólo tendríamos teología, sólo teorías sobre los dioses, pero a través de ella podemos sentir la radiación de lo divino. Una estela que dejan los dioses en el aire: el brillo alado del pavo real. Los ojos o ocellis que tapizan con una intrincada ornamentación sus plumas son un ejemplo portentoso de esta belleza que es un pasadizo entre mundos.
Con su glamour aristócrata, su miríada de ojos y la forma en la que levanta su cola como una corona o un disco solar, el pavo real es naturalmente un emblema de distintos dioses. Krishna, el irresistible seductor de la piel azul, es representado con plumas de pavo real en su cresta. En Grecia se decía que la carne de pavo real –el ave de Persia-- no se descompone cuando muere, por lo tano era un símbolo de la inmortalidad (el pavo real es el ave natural que más se acerca al fénix). Según cuenta Ovidio, los ojos de las plumas del pavo real eran los 100 ojos de Argos Panopte, el longividente gigante que fue decapitado por Hermes. Hera luego colocó los ojos de Argo, quien era su sirviente, en los ojos del pavo real, constelando la memoria. El carruaje de la diosa del trono dorado era empujado por pavos reales. Podemos conectar esto con una imagen de Purusha, el ser distribuido en los mil ojos de luz que se menciona en el Rig-Veda. Purusha es la primera manifestación de Shiva, como el "hombre cósmico", el hombre que contiene el universo, descrito como un gigante de innumerables cabezas y ojos, tan inmenso que sólo una cuarta parte de su cuerpo es el mundo que conocemos –lo restante es lo inmanifiesto. En su libro Structure and Dynamics of the Psyche, Jung hace referencia a la aparición de Purusha:
Aparece como una lluvia de brillos reflejados en un espejo, la cola de un pavo real, los cielos tejidos de estrellas, las estrellas reflejadas en el agua oscura, esferas luminosas, lingotes de oro o arena dorada esparcida en la tierra negra, una regata en la noche, con linternas en la superficie del mar, un ojo solitario en la profundidad del mar o la tierra.
Aunque caro a Hera, la astrología considera que el pavo real es un ave de Júpiter (Zeus), el dios y el planeta que atempera a los otros planetas y los otros dioses: los sietes rayos del espectro luminoso y las siete notas de la escala musical que componen la imagen del alma en la psicología hermética de Marsilio Ficino. Escribe Thomas Moore en su obra The Planets Within:
Los ojos del cielo, tan importantes en la magia natural de Ficino, aparecen aquí en la cola del pájaro de Júpiter. Jung hace otra conexión recordándonos que en la alquimia los colores de la cola del pavo real corresponden a las siete esferas planetarias.
El siete vuelve a aparecer en la cosmología de los yazidíes, quienes consideran que Dios puso el universo al cuidado de siete ángeles o demiurgos, el principal de ellos: Melek Taus, “el Ángel Pavo real”. Este demiurgo benévolo tuvo que redimirse de la caída –la separación de Dios— llorando por 7 mil años, llenando siete jarrones con los que se apagaron los fuegos del infierno.
Cauda Pavonis, el Pavo Real Alquímico
En el lenguaje de los alquimistas, siempre inclinado a las metáforas herméticas, la cola del pavo real (cauda pavonis) marca un punto específico en la transformación de la materia hacia la piedra filosofal o el elixir. Existen diversas opiniones sobre si la aparición del cauda pavonis ocurre antes o después del albedo, etapa que anuncia un claro progreso en el opus magnum. De cualquier forma el significado de esta frase en los textos alquímicos se refiere a un tipo de brillo iridiscente que se observa cuando se ha logrado espiritualizar la prima materia. Este momento epifánico puede o no ocurrir en un plano material. Patrick Harpur, en su libro Mercurius, describe este estado visionario:
La oscuridad remanente se desdobla como los pétalos multicolores de una flor metálica. Cada pétalo enjoyado cintila en una constelación de zafiros, ópalos, esmeraldas, amatistas, rubíes y ónix. Los colores se transforman y fusionan, parpadean y se disipan, como una encarnación de Iris.
Esta visión parece ser un fractal de la totalidad de la obra, atisbada en su esplendor iridiscente, lo mismo en el laboratorio que en el plano astral, en el crisol del alma. El erudito de la alquimia, Adam McLean nos dice que la etapa de la cola del pavo real es “la experiencia consciente del cuerpo astral”, una prueba más en la evolución espiritual del adepto: inicialmente “los aspectos negativos distorsionados del propio ser pueden predominar y aparecer como un dragón alado, pero a través de la purificación, la belleza completa y el esplendor del cuerpo astral se revelan en la Cola del Pavo Real”.
Jacob Böhme, el zapatero alemán que vio el Aleph en un rayo de luz reflejado sobre una hoja de latón, ofrece otra perspectiva de esta visión arquetípica del espectro luminoso. Sobre la “vida de la Naturaleza y el Espíritu que se unen en la rueda esférica”, una visión que es como una teoría del misticismo del color:
Se nos hace conocida una eterna Esencia de la Naturaleza, como el Agua y el Fuego, que se sostienen como si estuvieran mezclados el uno en el otro. Y ahí surge un color azul brillante, como el Rayo del Fuego; y luego tiene la forma del rubí mezclado con cristales en una Esencia, o como el amarillo, blanco, rojo y azul unidos en una oscura Agua: ya que es como el azul en el verde, cada uno con su brillo y resplandor, y el Agua sólo resiste su Fuego, de tal forma que nada se gasta, sino que queda una sola Esencia eterna en dos misterios fusionados.
Así se unen la naturaleza y el espíritu, una conjunción de la tierra y el cielo. El pavo real y su destello tornasol es también un axis mundi, un arco de alianza. En su similitud con esta descripción de Böhme de este matriomonio (hierosgamos) del agua y el fuego (ignis-aqua) podemos entender que probablemente Shakespeare tenía nociones de alquimia, cuando termina misteriosamente sus sonetos con la frase: “Came their for cure and this by that I prove/ Love’s fire heats water, water cools not love”. Tal vez podamos percibir el translumbramiento de la cola del pavo real, el destello iridiscente del espíritu en el fuego líquido: el amor, con su cóctel de neurotransmisores, que es también un psicodélico endógeno.
Una cierta iridiscencia: el masaje visionario de las plumas del pavo real
De la misma manera que los ojos del pavo real abren la puerta al simbolismo religioso, los colores de su cola son el aliciente de las visiones psicodélicas, que encuentran en esta ave también un emblema para construir su propia mística y señalizar el camino del psiconauta.
Las dos grandes figuras de la subcultura psicodélica en Estados Unidos, Timothy Leary y Terence McKenna nos hablan de las plumas del pavo real como parte de la topología del Mundus Imaginalis particular a los psicodélicos. Reflexionando sobre su vida, McKenna señala que en su temprano interés por los minerales y las mariposas había una búsqueda por “un cierto tipo de iridiscencia” que luego encontraría experimentando con drogas psicodélicas como el DMT y la psilocibina. Lo que sería más tarde “un vistazo del Ángel Pavo Real”, una imagen del “extraño atractor” o “Punto Omega” que nos llama desde la eternidad. De nuevo, un tipo de luz afrodisíaca que nos seduce, en este caso hacia la manifestación de la mente: lo psicodélico. La iridiscencia o el arcoíris como guardián del reino de la imaginación que se materializa en el mundo.
Tim Leary, el profesor de psicología de Harvard que asumió la misión de encender a un país (“tune in, turn on, drop out”) después de tener una experiencia visionaria con hongos alucinógenos en México y de probar el LSD y la mezcalina, siguiendo las recomendaciones de Aldous Huxley, también tiene en su formación psicodélica una serie de encuentros con la especial iridiscencia del pavo real.
En su libro Flashbacks Leary narra un diálogo que supuestamente tuvo con el escritor beat Neal Cassady, quien le pidió un poco de psilocibina, argumentando: “He hecho hongos mágicos en Oaxaca, entiendes, y sentido la cola arcoíris del pavo real acariciar mis ojos”. Las plumas del pavo real como un tipo de eye candy o masaje visionario, código de pertenencia a la Orden Psicodélica del Pavo Real Angélico.
Huxley en mezcalina parece evocar la misma visión policromática de piedras preciosas animadas que observó Böhme, con un tono intelectual que hace pensar en la identidad entre el paraíso y las bibliotecas que han hallado escritores como Borges: “Como flores brillaban cuando los veía… Libros rojos, como rubíes; libros esmeraldas; libros empastados con jade blanco; libros de ágata; de topacio amarillo; libros de lapislázuli cuyo brillo era tan intenso, tan intrínsecamente significativo que parecía salir volando de los anaqueles para ocupar insistentemente mi atención”.
En la iridiscencia y en los ocelli del pavo real tenemos el zurcido visionario que evoca gemas y piedras preciosas como las que se cuenta están incrustadas en el cielo de los ángeles o en el mismo paraíso. Tomas de Aquino vio en una piedra su propio aleph, su propia coniunctio: "Encontré una cierta piedra, roja, brillante, transparente y en ella vi la forma de todos los elementos y también sus contrarios". El rojo de la pierda podría ser una referencia al rubedo de la alquimia, la etapa que sigue al albedo y en la que se consigue la piedra de los filósofos.
Terence McKenna, en su libro Food of the Gods, lanza la hipótesis de que las plantas psicodélicas son un tipo de exoferomonas –mensajeros químicos entre diferentes especies-- con las que estas especies se esparcen por el mundo y forman relaciones simbióticas con el hombre. Algo como un mecanismo de evolución epigenética, con el que no sólo distribuyen sus genes sino también sus memes y actúan como guardianes del "Logos de Gaia". Siguiendo con esta idea, podemos pensar que las visiones iridiscentes de los psicodélicos son el material afrodisíaco (dream-stuff: oniridiscencias) con el que estas sustancias psicodélicas nos seducen, de la misma forma que ocurre con la cola del pavo real o el erotismo codificado en el lenguaje de la mente humana, según la interpretación de la selección sexual de Geoffrey Miller. Regresamos también a la seducción de Venus-Afrodita; la belleza que nos hace percibir un brillo etéreo en el corazón de la materia, algo como el estremecimiento de un velo.
Twitter del autor: @alepholo