Mucho se ha debatido sobre el porno a lo largo de la historia. Existen múltiples posturas alrededor de esta controversia. Por un lado tenemos a aquellos que lo satanizan con argumentos morales (sin duda una de las trincheras más limitadas) o aquellos que acusan en esta práctica una frivolización de una actividad esencialmente natural y, por qué no, incluso sagrada. Pero también hay quienes advierten en él una herramienta para catalizar sanamente la sexualidad o quienes, en una aseveración un poco más radical, aseguran que gracias a la pornografía se registran menos violaciones sexuales pues los potenciales agresores tienen un conducto para el desfogue inocuo.
Pero volviendo a la perspectiva "opositora", uno de los argumentos más interesantes es que, al ser más sexual que el propio sexo, el consumo habitual de porno tiende a "desnaturalizar" nuestra forma de entender nuestra sexualidad. Y en sintonía con esta premisa existe otra variable poco discutida pero evidentemente importante: ¿cuáles son las consecuencias de ver porno para nuestra sexualidad real?, ¿cómo incide el consumo de pornografía en nuestra vida sexual de carne y hueso?, ¿qué impacto tiene en nuestras relaciones de pareja?
Recientemente el actor y neoactivista de la conciencia Russell Brand se lanzó contra el porno y advirtió que esta práctica puede influir significativamente y, al menos en su caso, de forma negativa, en la vida sexual de una persona. En colaboración con la asociación civil que combate la pornografía, Fight the New Drug, Brand publicó un video en el cual comparte las consecuencias negativas que a su sexualidad ha traído la influencia del porno.
La pornografía no es algo que me gusta. Es algo ante lo cual no he sido capaz de no mirar durante un período largo y que por lo tanto ha afectado mi habilidad para relacionarme con las mujeres, conmigo mismo, con mi sexualidad y mi propia espiritualidad.
Es curioso cómo, cuando los argumentos antiporno estaban asociados exclusivamente con lo moral y el tabú, esta postura pecaba de retrograda y, además, poco convincente. Sin embargo, con el paso del tiempo y conforme, por un lado, se ha incrementado explosivamente el consumo de pornografía gracias a internet, y por otro se ha profundizado en las reflexiones alrededor de esta práctica, ahora parece que la postura más contracultura, o al menos vanguardista, ya desestima al porno e incluso lo cuestiona como un obstáculo para desarrollar sanamente no sólo nuestra sexualidad, también nuestras relaciones sentimentales.
A continuación te compartimos algunas de las premisas que Brand expone y que, independientemente de que estés o no de acuerdo con ellas, vale la pena considerarlas:
El porno altera nuestra percepción
Nuestras actitudes ante el sexo han sido pervertidas y desviadas de sus funciones verdaderas, la expresión de amor y la procreación. A causa de nuestra culturización, la forma en la que la hemos diseñado y expresado, se ha vuelto bastante confusa. Y es que una vez que el impulso biológico se conecta a la cultura de la objetificación, entonces la ecuación es muy difícil de romper.
La esclavización
Brand advierte que la pornografía le ha hecho perder control sobre sí mismo, lo cual puede traducirse en un bloqueo significativo a la hora de entablar una relación real. Y al parecer no esta solo, ya que un estudio realizado en 2012 encontró que 7% de las mujeres y 18% de los hombres reportaron experimentar una cierta adicción frente al porno.
Aspiracional
De acuerdo con Brand, cuando las escenas y personajes que vemos en el porno comienzan a ejercer demasiado peso sobre nuestro mapa referencial, entonces comenzamos a autopercibirnos o a aspirar a eso que estamos viendo, lo cual, además de ser inalcanzable (y seguramente indeseable), enturbia nuestra sexualidad real.