Magnicidio en México, un ejercicio de política ficción


Mucho ha pasado desde el magnicidio del presidente de México a inicios de 2015 en la capital. La extrañeza ante un acto de semejante trascendencia histórica pudo más que el regocijo de unos y el miedo de otros: la minoría. La parálisis inicial fue resultado de la sorpresa, porque aunque el hartazgo de la población se extendía por todo el territorio, nadie imaginó siquiera que aquello pudiera ser posible. Nadie excepto quienes perpetraron el crimen.

Se han esclarecido algunos detalles. Hoy se sabe que quien tocó a la puerta de la célula 17 del Instituto Politécnico Nacional fue el conductor oficial del presidente, el señor Emilio Fernández Nájera. Dijo que estaba con los jóvenes, que el país iba de mal en peor, que las cosas no podían continuar así, y que él podía hacer algo, lo que fuera necesario. Crecidos por la inminente posibilidad de un cambio rápido y empujados por el brío que da la juventud, en cuestión de días tomaron la decisión del asesinato, con la promesa del silencio para evitar fugas de información, asumiendo así total responsabilidad. El destino del país quedó sellado por el atrevimiento de 27 estudiantes que, según su testimonio, votaron por unanimidad, mas existen rumores que plantean que esa fue una versión inventada posteriormente. Hay fuentes que afirman que la discusión fue acalorada, y que quienes estaban en contra decidieron después apoyar a sus compañeros al creer que al único a quien castigaría la ley sería al autor material.

Conseguir una pistola y meterla a la residencia oficial fue sólo un trámite. La confianza que el cuerpo de seguridad le tenía a Fernández Nájera después de haberse desempeñado en ese puesto durante dos sexenios facilitó el proceso, y el 30 de enero a las 10 de la mañana, antes de que el automóvil cruzara la reja para salir a la ciudad, el conductor terminó con la vida del presidente.

Al asesino, la cárcel. Para el país los meses que siguieron fueron de angustia. La economía, que se había sostenido a duras penas durante sus 2 años de gobierno, se desplomó. El mercado de valores entró en pánico, se frenó de tajo la inversión extranjera y hubo una irreversible fuga de capitales hasta que 1 mes después del atentado el presidente interino congeló los bancos. El daño, empero, ya estaba hecho.

El Congreso de la Unión designó como presidente interino a un diputado federal y coordinador parlamentario del Partido Revolucionario Institucional. La mayoría en el congreso, es decir la suma del PRI, el Partido Verde y buena parte del PAN, obligó a ese resultado. Estados Unidos se vio forzado a prestarle a México una suma que aún no se ha dado a conocer, un compromiso que nos ata todavía más al vecino del norte. Funcionarios cercanos al gobierno federal confirman que el préstamo continúa, y que sin él la inflación y el desplome económico hubieran sido catastróficos.

Lo que salvó al país fue que después del crimen no hubo mayores disturbios. La célula 17 que hoy sabemos orquestó el suceso no tenía pensado tomar el poder, sino simplemente deshacerse de quien lo detentaba. Después de la euforia de los miles de ciudadanos, en su mayoría estudiantes, que tomaron las calles en son de fiesta, la población permaneció a la expectativa. Al tercer día se dieron por terminadas las celebraciones, rodeadas de reproches por parte de casi todos los medios de comunicación nacionales. Los medios internacionales calificaron las imágenes festivas como símbolo de la decadencia del régimen que ingenuamente dieron por concluido.

En vísperas de que la presidencia convoque a elecciones todo indica que el candidato de la alianza entre el PRI, el PAN y el Partido Verde se impondrá en las urnas. Se manejan varios nombres entre los posibles candidatos. Lo único que es claro es que será una coalición. Se han dado a conocer los candidatos por parte de MORENA y el PRD, ambos ex Jefes de Gobierno del Distrito Federal. Tienen pocas posibilidades. La única capaz de darle pelea al candidato de la coalición es la mujer periodista que supo desafiar a los hombres del poder por medio de la crítica, ganándose así a la mayoría de la población. El PRI, sin embargo, ha utilizado el magnicidio a su favor, asumiendo el papel de víctima. El grueso de los medios de comunicación, hoy como ayer, apoya a la coalición que resguarda sus intereses.

La profunda crisis financiera parece haberse detenido. Los bancos ya no están congelados, aunque se han adoptado reglas rígidas y varias limitantes para sacar dinero de cualquier cuenta de banco. El peso con respecto al dólar nunca ha estado peor, y la violencia al interior de la república continúa pero a menor escala, pues uno de los actores —el ejército— se vio forzado a replegarse en la capital para proteger al gobierno interino y evitar un brote violento entre la sociedad civil. Los carteles, entonces, se han quedado solos, sin intervención. En consecuencia la violencia ha disminuido considerablemente.

El juicio a los integrantes de la célula 17 sigue su curso. Con toda probabilidad acabarán en la cárcel. Para algunos el problema de la decadencia institucional recaía en el presidente. Después de lo sucedido queda claro que la problemática es más profunda. Seguimos bajo los mismos gobernantes, con una pronunciada recesión económica que tardará años en repararse.

Hasta aquí mi reporte.

Este artículo es parte de un ejercicio de imaginación política, una forma de ucronía reflexiva en torno al estado de la política mexicana. Una muestra también de lo que puede encontrarse en la novela Fuegos Artificiales (Tusquets, 2015) de Juan Patricio Riveroll.

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