La historia vista desde un espejo liminal

 

Parte uno: La insoportable levedad de la liminalidad

 

Los límites externos (¿Qué es liminalidad?)

La liminalidad se puede entender mediante cuatro contextos diferentes: espiritual o religioso, social, político y psicológico.

1. Originalmente, la palabra fue acuñada por antropólogos para referir a practicas religiosas ceremoniales durante las cuales los participantes eran guiados por maestros de ceremonias de un estado (y estatus) a otro, por ejemplo el ritual de mayoría de edad. El estado liminal es el intermediario en el cual el iniciado está en el umbral (līmen) entre su estatus anterior y uno nuevo que aún le es desconocido.

2. En el ámbito social, la liminalidad refiere a períodos de caos en los que viejas estructuras, instituciones o tradiciones han sido derrocadas o destruidas, y en los que aún no se han establecido nuevas. Las personas atrapadas en una situación liminal no pueden actuar racionalmente porque han desaparecido las estructuras en las que su racionalidad está basada. Estar en un estado liminal significa crisis para la mayoría de las personas; las emociones se desatan y hacen que sea difícil pensar claramente. Esto lleva a aquellos que están atrapados a un comportamiento “mimético” (imitativo). Las situaciones de liminalidad permanente son conocidas como schismogenesis. Cuando la unidad previa está rota pero los varios aún inconclusos elementos se ven forzados a permanecer juntos; las sociedades pueden estar atoradas en este estado por mucho tiempo.

3. En la política de la liminalidad, el futuro es desconocido. Esto significa que puede no haber maestros de ceremonia porque nadie ha atravesado antes por el proceso, así que no hay nadie que guíe a la gente fuera de él. Esto permite la emergencia de falsos maestros de ceremonia que llenan el vacío creado por la necesidad de la gente de ser guiada. Estos líderes autoimpuestos perpetúan la liminalidad porque su poder y autoridad dependen de la desorientación e impotencia de los otros. 

4. En psicoterapia, la liminalidad es un estado en el camino de individualización cuando la antigua personalidad (ego) de alguien, y las creencias, valores y criterios que la acompañan han comenzado a desmoronarse, pero en el que de estas “ruinas” no ha emergido un nuevo yo coherente. En este proceso, el psicoterapeuta actúa como un maestro de ceremonias. Él o ella está allí para guiar al paciente hacia un estado de ser más individualizado. Sin embargo, existen dos problemas en este arreglo. Primero, que el terapeuta puede actuar como maestro de ceremonias sólo en tanto que él o ella haya pasado por el estado liminal de individualización (un logro extremadamente raro). Y segundo, aún más problemático, la naturaleza de la individualización requiere un nuevo y autónomo estado de ser, lo cual significa que la persona debe recorrer el camino sola, y eventualmente rechazar todas las formas externas de guía, incluyendo –especialmente– la del maestro de ceremonias (terapeuta). En un sentido, dejar el estado liminal a un nivel individual significa volverse productivo dentro de él, aceptar la liminalidad como la condición humana, no como un medio para un fin sino como el fin mismo.

¿Son estos cuatro contextos cuatro maneras de ver una sola “cosa”?

 

Neti Neti: el medio aún es el mensaje, así que ¿cuál es el mensaje?

La liminalidad es un concepto inherentemente “espiritual” porque se relaciona con el famoso principio de Neti Neti: “ni esto ni aquello”. Neti  Neti se refiere a cómo, en su camino a la verdad (con “V” mayúscula), el aspirante debe inspeccionar cuidadosamente cada experiencia que llega a su camino y luego rechazarla. Como Buda bajo el árbol frente a Maya, excepto que al final el Buda también debe ser rechazado como Maya.

El problema al escribir sobre liminalidad es que la escritura en sí es antiliminal. El lenguaje es un sistema de símbolos que crea la ilusión de una progresión lineal de principio a fin (cada enunciado y cada palabra, esta pieza, etc.). El lenguaje y el tiempo son similares en este aspecto, y la liminalidad, como el limbo, implica un espacio en el cual el tiempo mismo está suspendido. No hay nada que pueda decirse acerca de la liminalidad que no, de alguna manera, la enflaquezca. No hay nada…

He intentado abordar esto escribiendo sobre el acto mismo de escribir, como lo estoy haciendo. Esto genera un sentimiento de liminalidad para mí, el autor, y por ende también para el lector. ¿Es esto un ensayo sobre la liminalidad o es el “comentario del DVD” acerca de cómo se escribió el ensayo? ¿Ninguno? ¿Ambos? Liminal, liminal, liminal.

Intenté armar este ensayo al estilo no-liminal para ser más informativo y menos subjetivo o “creativo”, pero no funcionó. Tú el lector debes experimentar la liminalidad de otra manera; al pensar que entiendes lo que es sólo estás impidiendo que te ocurra una experiencia de liminalidad. Juntos conspiramos para que así sea. Toda la sociedad es una suerte de defensa colectiva contra la liminalidad. 

La liminalidad es como una liberación: nos gusta la idea pero hacemos todo lo que podemos para impedir que suceda. Si no lo hiciéramos, ya hubiera pasado, porque la liberación, como la liminalidad, es el natural e inevitable estado de la existencia. ¿Por qué? Porque la existencia no es nada salvo percepción, y la percepción no puede ser nada más que liminal y libre.

Con ello en mente, continuaré con este ensayo pero ejerceré mi derecho a hacer asociaciones libres que podrían parecer infundadas, azarosas, absurdas ––porque eso es lo que es estar en un estado liminal, porque la liminalidad significa pérdida de contexto. Y el contexto lo es todo. Así que quizás la liminalidad significa despojarnos de nuestra experiencia hasta el mismo contexto, y cuando todo es contexto, nada es. O más bien, ¿qué queda para ser contextualizado? 

La respuesta es simplemente: tú (es decir, percepción).

Todo esto es para ti.

 

“Thou Art That”: identidad institucional

Regresando a los cuatro modos, no hay una clara división entre religión, sociedad y política. Es más un continuum de “costumbres” o modos de comportamiento. Debajo de los valores religio-socio-político-culturales –y de las instituciones que las sostienen y las promueven– está la psicología. La psicología explora las experiencias formativas que dan lugar a los valores que llevan a las costumbres que crean las instituciones y sistemas sociales, políticos, religiosos y demás.  

De lo que realmente quiero hablar ahora es de las instituciones. Qué son, cómo surgen, si realmente las necesitamos y, de ser así, por qué… Y de cuándo es que una institución sana y necesaria se vuelve innecesaria y maligna. 

Conozco a alguien que maneja una librería de viejo local. Él cuida su imagen pública en el pueblo porque eso es bueno para el negocio. Al mismo tiempo, está consiente que tener un negocio local ayuda a cuidar su imagen porque lo hace parecer respetable. Tener una librería le da un sentido de quién es y le proporciona ciertos límites y claves de comportamiento. Le dice “cómo ser”. Ya que representa a su negocio (el cual también es una institución, aunque privada), su personalidad pública está al servicio de su negocio. De manera similar, las instituciones nos protegen de nosotros mismos y en cambio nos enganchamos a ellas y las protegemos de nosotros.

La idea de valores universales (la moral) es común a prácticamente todos los sistemas sociales. Para poder proveer guía, soporte y la reafirmación necesaria para crear cohesión y estabilidad social, las instituciones deben dar la impresión de ser solidas y fundamentales. No pueden ser vistas meramente como productos de la mente humana que busca la mejor manera de generar cohesión social. La librería de mi amigo funciona bajo ciertas reglas que él no creo pero que adoptó y adaptó de un consenso más amplio sobre cómo funcionan las librerías. Puede implementar algo propio, pero no demasiado: los clientes deben sentirse seguros del lugar al que están entrando. Una librería es una suerte de espacio liminal (cualquier tipo de negocio lo es) porque es un espacio para atravesar, no para quedarse. El hecho de que entremos o no a una librería, o a cualquier negocio, depende no sólo de si queremos comprar algo, sino de qué tan cómodos nos sintamos al hacerlo, y también, qué tan cómodos nos sintamos al no comprar. Las reglas de una librería de viejo son simples y universales: entra, mira, compra si quieres, retírate sin comprar si no encuentras nada de tu agrado, no te lleves nada sin pagarlo. Existen variables, tales como si los clientes pueden usar el baño o qué tan serviciales son los empleados, pero estas pueden ser cómodamente negociadas si el contexto principal ha sido honrado y establecido de manera segura. Ninguna de estas reglas (salvo quizás la de robar) necesita estar por escrito o ser expresada a los clientes en ningún momento, porque todos saben el “quehacer” de las librerías.

Las instituciones son como quehaceres concretizados, y los quehaceres son las expresiones personificadas de instituciones e ideologías internas que dan lugar a las instituciones y son sostenidas por ellas.

Aquí hay otro ejemplo. Uno de los libros en la librería de viejo de mi amigo es, por supuesto, la Biblia. La Biblia es un libro, pero a diferencia de otros libros no puede ser vista como otro libro más. No puede ser vista meramente como el producto de mentes humanas porque hacerlo la pondría en competencia con miles de otros libros. Debe ser presentada como la palabra de Dios. Es un artículo de fe. No hay prueba de que sea la palabra de Dios; por el contrario, es demostrablemente un libro escrito por seres humanos. Sin embargo, la idea de que esos seres humanos estaban divinamente inspirados (que Dios intervino en asuntos humanos para asegurarse de que el Libro llegara a tener existencia física en la manera precisa que él disponía), aunque esta también sea una idea humana, es suficiente para proporcionar cohesión y estabilidad a la institución colectiva del cristianismo. Lo mismo aplica al Corán y al islam, al judaísmo y al Talmud.

Ahora que lo pienso, el lenguaje parecería ser una llave hacia cómo se crean los consensos, lo cual quizás se relacione a cómo el lenguaje es inherentemente antiliminal. 

 

El problema con los problemas

Ya sean políticos o religiosos (usualmente una mezcla de ambos), las ideologías son sistemas de valores diseñados para crear y mantener instituciones que generan cohesión social. Esto es quizá la razón por la cual la psicología está generalmente fuera de la ecuación cuando se trata de formar tales ideologías.[1] (Y también puede ser la razón por la que estoy casi neuróticamente atraído a incluir mi propia psicología en todo lo que escribo). Dicho simplemente: la diferencia del punto de vista psicológico de la liminalidad es que la psicología tiende a considerar que todas las ideologías están arraigadas en varios niveles de patología. Pero incluso si la psicología reconoce a la ideología –y a la identidad social que construye– como una forma de patología, también admite que puede no haber una manera realista de existir sin ella. Al menos ninguna manera que se pueda describir o proscribir, ya que hacerlo sería reducirla a una ideología y experiencia grupal (al igual que escribir sobre la liminalidad la despoja de su liminalidad).

La función de la ceremonia religiosa, creencias espirituales, instituciones sociales e ideologías políticas, y en gran medida el tratamiento psicológico también, no es ayudar a que nos ajustemos a la liminalidad y hagamos nuestro hogar allí, sino redefinirla como un medio para un fin. Una parte necesaria de esa redefinición conlleva crear un estado nuevo y arbitrario de los elementos del estado anterior y perdido para que el individuo pueda mudarse de manera “segura”. Un ejemplo obvio serían las elecciones políticas: cada vez que llega un nuevo período de elecciones, los candidatos enfatizan en todos los problemas (el caos social, lo cual es liminalidad) actuales para ofrecer soluciones. Luego, los candidatos hacen promesas que sumariamente olvidan tan pronto como ganan el suficiente poder para mantenerlas. Estos son los falsos maestros de ceremonia que, al representar erróneamente la naturaleza de la liminalidad, pretenden saber cómo guiar a la gente fuera de allí; por ejemplo, al omitir mencionar que los problemas que prometen resolver son problemas que ellos, o personas como ellos, generaron (ejemplo tópico: los terroristas de ISIS que, siendo el resultado de las reservas secretas para entrenamiento y fondeo estadounidense, luego forman ISIS).

Los falsos maestros de ceremonia (i.e. los políticos) perpetúan la liminalidad mientras al mismo tiempo ofrecen soluciones fantasma o caminos fuera de la liminalidad. Esto significa que la liminalidad debe ser entregada en anticipo (vista sólo como una serie de problemas en vez de algo inherente a las estructuras sociales, ideologías e instituciones) y luego liquidada; convertida en una serie de problemas que, al introducir nuevos valores, estructuras, políticas, líderes, etcétera (ad nauseaum), debe ser resuelta.

El problema es que los problemas que subyacen a la liminalidad no son problemas sociales sino psicológicos. De ahí que no puedan ser abordados con reformas sociales o ideologías nuevas. De hecho, esas reformas sociales, políticas y “nuevas” ideologías son, como dijo Freud de la religión, síntomas del problema mismo. Tampoco parecen ser síntomas que traen consigo salud, sino síntomas que, al ser malinterpretados y considerados formas viables del tratamiento, desvían nuestra atención fuera del problema y hacia una solución fantasma. (Un ejemplo fácil: la religión institucionalizada ofrece una solución al miedo a la muerte, sin mencionar a la pobreza o a la injusticia social  ­–y a un millón de otras afecciones tangenciales, y ello sólo pospone estos problemas y por lo tanto los exacerba, al menos potencialmente). 

El problema, o bien la realidad psicológica que no abordo aquí es que la mayoría de la gente depende de un grupo de identidad para su supervivencia psicológica. La mayoría de la gente necesita un sentido de identidad nacional, cultural, sexual, etc., para saber cómo comportarse. La vía principal por la que se proporciona esta identidad grupal es por medio de valores institucionales e instituciones fiables; excepto que no lo son. En esta liminalidad perpetua, las mismas estructuras en las que confiamos son por naturaleza poco fiables y hacen que la gente se vuelva extremadamente susceptible a la manipulación. Lo único que se requiere es debilitar a esas instituciones para causar un sentimiento de pánico, y luego, debido a que las personas no están entrenadas a manejar una experiencia de liminalidad, ellas mismas irán en busca de un maestro de ceremonia falso para que los pastoree o los guíe hacia un lugar aparentemente estable. Cualquier cosa para evitar la insoportable levedad de la liminalidad.   

La premisa de esta serie de piezas que escribo para Pijama Surf es que la espiritualidad –que en su forma más verdadera es la búsqueda de ir más allá de la identidad y hacia un estado de perpetua liminalidad– se está convirtiendo en una necesidad social y práctica. La cada vez más engañosa y destructiva marea de liminalidad ilegítimamente perpetuada y de soluciones falsas, identidades de grupo sospechosas, instituciones corruptas, etc., está al alza. Esto genera un clima cada vez más urgente en el cual ninguna opción dentro de los pares de opciones es viable; en el cual todo lleva a un doble filo de disonancia cognitiva potencialmente insoportable, un sentimiento familiar a todos cuando éramos niños: condenados si hacemos algo, condenados si no hacemos nada. La impotencia es la experiencia primaria de estar en un estado de liminalidad. 

La única manera de navegar esta marea alta es desarrollar una capacidad de liminalismo, esto es, de no hacer nada (de no-hacer, si queremos ser zen al respecto): pérdida de poder, control e incluso conocimiento básico acerca de lo que es verdadero o falso, real o irreal, frente a problemas colectivos cada vez más infranqueables y a “soluciones” cada vez más problemáticas.

 

Twitter del autor: @JaKephas 

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[1] La psicología, aunque mantiene ciertas similitudes con la ideología, es distinta de esta porque permite la existencia del inconsciente (en lugar de, digamos, Dios, o la ley natural) como el factor principal determinante de la actividad humana. Como resultado, observa la manera en que los valores (e ideologías) se forman inconscientemente, y encuentra que el factor determinante no está en una verdad empírica o realidad, sino en experiencias subjetivas del individuo (o la sociedad). Para dar un ejemplo, en The Childhood Origins of the Holocaust, Lloyd deMause muestra cómo la ideología nazi (incluido el aparentemente irracional odio a los judíos) puede rastrearse a las tempranas y brutales experiencias de los niños alemanes en las generaciones que crecieron para formar el movimiento nazi. 

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