Ir a la oficina en el 2040: ¿ciencia ficción cotidiana o enajenación productiva?

Abres los ojos después de una noche de sueños intranquilos, y tu sensor focal integrado te dice que tu estado de salud es bueno: no morirás de causas naturales en las próximas 24 horas. Es otro día de trabajo en el año 2040. Te alistas para ir a trabajar y piensas en cómo tus abuelos tenían que transportarse largas distancias para ir a la oficina. En estos días, la gente vive, trabaja, come y aprende en un radio caminable de su propia casa, debido al incremento de los costos de transporte y energía a principios del siglo XXI. Ese fue el primero de muchos cambios.

Las oficinas tradicionales y los espacios de trabajo remotos también son cosa del pasado: ahora la gente trabaja en pequeños centros y comunidades suburbanas alrededor de las ciudades o como ciudades industriales dentro de las ciudades mismas. Cada una alberga miles de empleados de diferentes compañías globales, en una verdadera utopía de interconexión corporativa. Los edificios se han vuelto una extensión de las telecomunicaciones, por lo que gran parte de las paredes son pantallas, y gran parte del mobiliario es interactivo. ¿Se te rompió un tacón? No importa: puedes imprimir un zapato nuevo. 

El dinero en efectivo hace años es una reliquia de museos: la adopción temprana de Bitcoin y otros sistemas cambiarios informáticos supusieron una revolución financiera que cambió el mapa global de los mercados. Una red internacional cambiaria se encarga de crear y administrar las necesidades financieras de grupos corporativos y de la gente a su servicio. Los países hace mucho tiempo son una reliquia, al igual que el gobierno, la soberanía y (según algunos) también la democracia; no necesitamos identidades nacionales, sino trabajar y no morirnos de hambre. La moneda criptográfica fue el avance que permitió que las compañías se convirtieran en pequeños centros de gobierno que eventualmente absorbieron las economías nacionales. Todo se paga automáticamente, y las pocas transacciones manuales se cargan a los chips identificadores que todos tienen bajo la piel. 

 

A todas horas se escuchan bancos de impresoras tridimensionales entregando órdenes de productos ordenados por la comunidad; enjambres de drones surcan el cielo entregando pedidos de restaurantes locales durante la hora de comer. El tráfico aéreo a esta hora ensombrece el Sol, con parvadas de oficinistas en jetpacks. Las versiones vintage (como las Martin Aircraft) todavía se conducían manualmente, pero las más recientes simplemente necesitan un destino fijado por el usuario y te llevan automáticamente a donde quieras.

Simon Raik-Allen, director tecnológico de MYOB, una empresa de software australiana, predijo estos avances hace 30 años: las proyecciones holográficas fueron el mayor cambio para las formas de trabajo terciario desde la llegada del correo electrónico, permitiendo que los webinars mutaran en holonars, enormes convenciones de personas trabajando y participando de un mismo evento a través de un avatar holográfico.

En unos años seremos capaces de descargar apps directamente en nuestros cerebros, los nanobots nadarán a través del torrente sanguíneo, diagnosticando enfermedades y librándonos de coágulos malignos como si se tratara de una policía de la sangre. Los implantes de retina devolverán la vista a los ciegos, además de permitirnos echar un ojo a los microprocesos que tienen lugar al interior de nuestro propio cuerpo. Como dijo Raik-Allen en 2015, "100 millones de nodos [en la retina] no son tantos. En 25 años, el poder de procesamiento de un smartphone probablemente estará condensado en el tamaño de una célula de sangre".

El problema, como siempre, será hasta qué punto la voluntad unilateral se transforma en poder absoluto (recordándonos que el poder absoluto genera resistencia absoluta): "Podremos saber qué patrones cerebrales están asociados a mirar Facebook, por ejemplo, y cuáles una hoja de cálculo. El jefe podría tener un reporte de quiénes están trabajando y quiénes no".

Las cosas, según parece, no habrán cambiado tanto.

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