Los brutales ataques a la redacción de la revista Charlie Hebdo han desatado una serie de polémicas no sólo acerca de la seguridad nacional francesa o de la respuesta gubernamental y ciudadana frente al horror sino también sobre los límites del humor, cuando no, incluso, de la libertad de expresión.
¿Es posible que uno de los semanarios más irreverentes de Francia cruzara una línea finísima donde la representación del profeta Mahoma y los constantes ataques a la identidad musulmana merecieran una respuesta tan desproporcionada? ¿Es la solidaridad de los cartonistas de todo el mundo una expresión honesta del gremio o un capítulo más del trágico protagonismo que los medios locales se disputan en los eventos internacionales?
Mientras la policía francesa busca a los presuntos culpables, la opinión pública se hace preguntas incómodas: Je suis Charlie Hebdo lleva un par de días como TT en Twitter, salpimentado de su contrario, Je ne suis pas Charlie Hebdo, el puntilloso argumento de quienes creen que la libertad de expresión no debe servir para humillar a otros, sin que por ello justifiquen la masacre. Y escucharemos nuevamente a la opinión pública desinformada confundir la religión islámica con las terribles facciones extremistas.
Durante los siguientes meses escucharemos mucho más de este terrible caso, que dejó a 12 dibujantes muertos y que seguramente tendrá fuertes implicaciones geopolíticas; mientras tanto, es necesario hacer un recorrido visual por las portadas incómodas, peligrosamente satíricas, que fueron el pretexto ideológico o mediático de estos ataques. La caricaturización del extremismo musulmán no fue el blanco unívoco de la revista (aunque sí uno de los más recurrentes): la élite francesa, los intelectuales, los cristianos, los medios, en fin, todo aquello que estuviera en la línea de la provocación fue explotado en las páginas de la revista. ¿Pero en serio se puede hacer responsable a una revista que se anuncia como irresponsable de lo que se publica?