Tras reconocernos sumergidos en plena "era de la información", hoy muchos de nosotros hemos ya experimentado lo que significa una sobredosis de data. Incluso existe la teoría de que el exceso de información que hoy consumimos podría ser peor que su carencia, algo que caracterizó buena parte de la historia humana –antes el problema era que no estaba disponible, y ahora que hay demasiada.
Conforme el escenario cambia, entonces los retos que enfrentamos a nivel psicológico y cognitivo también varían. Actualmente pareciera que un preciso discernimiento automatizado es lo que necesitaríamos para lidiar con los caudales de data que florecen a nuestro alrededor. Pero, si ya estuvimos en contacto con ese bit de información, entonces ¿qué necesita hacer nuestro cerebro para desecharlo o neutralizarlo? Y aún más allá, ¿cómo decide mi cerebro qué data eliminar al incorporar algo nuevo, y por qué a veces olvidamos cosas que nos parecen mucho más relevantes o significativas que algunas de las recién sumadas?
Nuestra memoria, ese lienzo dinámico que nos permite recordar algo, tiene dos componentes esenciales: por un lado el almacenamiento (la codificación de un recuerdo) y la recuperación (el traer al presente ese bit almacenado). Además, se divide en dos grandes sectores, la memoria a corto plazo (15-30 segundos de duración y una capacidad de almacenar hasta siete elementos) y la memoria a largo plazo, depositario al cual llegan algunos de los datos que trascendieron la primera aduana pero que, con el tiempo, pueden terminar siendo eliminados ante la llegada de nuevos integrantes.
Estamos lejos de saber cuál es el límite, siquiera el rango, de la capacidad de almacenamiento y recordación de nuestro cerebro. A pesar de los notables avances neurocientíficos parece que buena parte de la memoria, de su funcionamiento y capacidades, se mantiene en el misterio. Lo que parece un hecho es que la inclusión de nueva data a nuestra memoria tiene alguna relación con nuestro archivo activo. Es decir, cuando agregamos un dato similar a otro ya existente, en algunas ocasiones se complementa ese micromapa, pero la mayoría de las veces nuestra memoria privilegia al recién llegado, y entonces termina bloqueando la posibilidad de recordar eso que ya está almacenado. A este proceso se le conoce formalmente como interferencia retroactiva.
El punto aquí es que quizá el hacer consciente cómo funciona nuestro cerebro, y en particular la memoria, ante la nueva información que vamos captando, podría acelerar ese proceso de adaptación cognitiva que hoy requerimos para hacer frente a los cúmulos de data a los cuales nos enfrentamos cotidianamente. De algún modo somos una generación "puente", en el sentido de que nos encontramos ante un escenario radicalmente novedoso, al cual llegamos en muy poco tiempo, y por eso debemos procurar adaptarnos lo más rápido posible a sus nuevas exigencias.
A fin de cuentas se trata de algo así como "aventuras en la era de la información".
Más info en Smithsonian Magazine: "How Our Brains Make Memories".