El poeta ludópata y alcohólico por excelencia no tenía un buen juicio sobre las drogas, especialmente la marihuana. Luego de clasificarse a sí mismo como un ser antidrogas, Bukowski nos relata algunas de sus impresiones sobre los fumadores de marihuana que conocía y sus efectos destructivos que parecen un viaje de locura sin boleto de regreso. “Sé un alcohólico. Si vas a ser algo, sé un alcohólico”, nos dice el poeta en The Charles Bukowski Tapes, una colección de entrevistas breves con más de 4 horas de duración en conjunto.
Pero a pesar del repudio total que expresa en esta sesión sobre los efectos que causa la cannabis, Bukowski hace una referencia al menos un poco más positiva en su relato "A Bad Trip", donde nos habla de por qué las personas experimentan un mal viaje con la dietilamida de acido lisérgico:
Hay ciertas razones esenciales para prohibir el LSD, el DMT, el STP. Puede hacer que un hombre pierda permanentemente el juicio. Claro que lo mismo podría aplicarse a la recolección de remolacha, o al trabajo en cadena apretando tornillos en una fábrica de coches o a lavar platos o a enseñar primer curso de inglés en una de las universidades locales. Si prohibiésemos todo lo que vuelve locos a los hombres, toda la estructura social se derrumbaría: el matrimonio, la guerra, las líneas de autobuses, los mataderos, la apicultura, la cirugía, todo lo que se te ocurra. Cualquier cosa puede volver loco a un hombre, porque la sociedad se asienta en bases falsas. Hasta que no lo derribemos todo y lo reconstruyamos, los manicomios seguirán descuidados.
El LSD puede machacarte también porque no es terreno adecuado para empleados leales. Concedido: el mal ácido, como las malas putas, te puede liquidar. La ginebra casera, el licor de contrabando, también tuvo su día. La ley crea su propia enfermedad en mercados negros ponzoñosos. Pero, en el fondo, la mayoría de los malos viajes se deben a que el individuo ha sido moldeado y envenenado previamente por la sociedad misma. Si un hombre está preocupado por el alquiler, los plazos del coche, los horarios, una educación universitaria para su hijo, una cena de 12 dólares para su novia, la opinión del vecino, levantarse por la bandera o qué va a pasarle a Brenda Starr, una píldora de LSD probablemente lo vuelva loco, porque, en cierto modo ya lo está y sólo soporta las mareas sociales por las rejas externas y los sordos martillos que le hacen insensible a cualquier pensamiento individualista. Un viaje exige un hombre que aún no esté enjaulado, un hombre aún no jodido por el gran miedo que hace funcionar a toda la sociedad.
Un viaje de LSD te muestra cosas que no abarcan las reglas. Te muestra cosas que no vienen en los libros de texto, y cosas por las que no puedes reclamar a los concejales del ayuntamiento. La yerba sólo hace más soportable la sociedad presente. El LSD es otra sociedad en sí mismo. Si tienes tendencia social, puede que etiquetes el LSD como «droga alucinógena», lo cual es fácil medio de eliminar y olvidar el asunto. Pero lo de alucinación, la definición de ella, depende del polo desde el que operes. Todo lo que te está sucediendo en el momento en que lo está, constituye la realidad misma: ya sea una película, un sueño, una relación sexual, un asesinato, que te maten a ti o el tomarse un helado. Las mentiras se imponen más tarde; lo que pasa, pasa. Alucinación es sólo una palabra del diccionario y un zanco social.
Bukowski siempre prefirió elogiar el alcoholismo; fue su forma de iluminación espiritual, o al menos poética. Con estos argumentos nos deja en claro que detestaba la forma en que los alucinógenos expulsan de la realidad a las personas, un asunto que posiblemente no pudo experimentar por la influencia de los adictos a su alrededor que sobrepasaron los límites, los del gran Hank Chinaski.