El orquidelirio, la elegante obsesión por las orquídeas

Además de su evidente belleza, las orquídeas son seres fascinantes. Y no sólo por su naturaleza elusiva o por el paradójico hecho de que objetivamente son una plaga que ataca a los árboles, sino que hay algo más, quizá inenarrable, que ha hecho de esta flor el objeto de un culto transgeneracional. 

"Cuando un hombre se enamora de una orquídea hará lo que sea para poseer aquella que desea. Es como perseguir a una mujer de ojos verdes o consumir cocaína... es una especie de locura", advierte un cazador de orquídeas citado en el libro de Susan Orlean, The Orchid Thief. La devoción que refleja la anterior cita ha sido una constante durante al menos 2 siglos, ya que fue a principios de 1800 cuando se desató este culto, que de algún modo reemplazó una fito-obsesión aún más intrigante: la fiebre por los helechos.

Una de las particularidades fisiológicas de la orquídea, que ha contribuido a cotizarla, es el tiempo que tarda en crecer lo suficiente para poder dividirse y así propagarla (aproximadamente 1 década). En algún momento uno de estos hijos podía costar muchos miles de dólares. Sin embargo, gracias al desarrollo de tecnologías de propagación y reproducción, entre ellas la clonación, ahora estas son labores mucho más accesibles y el producto es mucho menos costoso. 

Pero nada, ni su belleza ni su caprichosa propagación, terminan de explicar está hipnótica fascinación que las orquídeas generan en las personas. Aunque de acuerdo con el especialista Tom Mirenda, entrevistado en la revista Smithsonian, lo anterior podría deberse a su simetría bilateral:

Cuando ves una orquídea, ella te mira de regreso. Parece que tienen un rostro, como humanos.  

En todo caso, y si bien cualquier obsesión suele ser mala consejera, es difícil objetar que la fascinación por estas flores guarda algo esencialmente precioso. 

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