Para muchos el Quijote es la máxima obra en la historia de las letras hispanoamericanas. El delirante andar de este caballero ha marcado, desde que el texto fue publicado entre 1605 y 1615, la mente colectiva de millones de personas. Su autor, Miguel de Cervantes Saavedra, fue un soldado y escritor español que, se piensa, habría muerto apenas 1 año después de publicar la segunda parte de su magna obra, en 1616.
Recientemente un equipo de arqueólogos y antropólogos anunció el presunto descubrimiento de los restos óseos de Cervantes, alojados en una cripta en Madrid. El ataúd contiene las iniciales M. C. Fue hallado en la capilla de un convento en la capital española, y actualmente los restos se encuentran siendo examinados.
Cervantes murió a los 69 años de edad. Entre las distinciones fisiológicas que históricamente se le atribuyen está el hecho de que al morir ya sólo le restaban seis dientes y que durante la batalla de Lepanto, en la cual participó como soldado, recibió tres impactos de un mosquete.
En un plano práctico cuesta imaginar los beneficios que ostentar el esqueleto de Cervantes pueda implicar, más allá de algunas conclusiones que resulten de esto para enriquecer su figura histórica. Pero a nivel simbólico, sin duda abonará el tener en mente el eco óseo de aquel que se atrevió a dar a luz al magnifico Don Quijote.