Basta con un pequeño acto de voluntad para volverlos invisibles. Pero siempre están ahí, contundentes como el hambre y la falta de casa. Los vagabundos son los que llevan la nada a cuestas y la ciudad les pertenece. Pero hay algo fundamental que nos separa de ellos, y eso es que son los espejos del destierro: uno de los últimos espejos donde queremos vernos reflejados porque acaso, dentro de las posibilidades que nos esperan, está la suya. La posibilidad de vivir errando de cara al frío de la banqueta y de ser propietarios de nada más que nuestra propia humanidad. El horror.
De esa separación que marcamos con ellos casi por supervivencia proviene que no conozcamos sus historias. Es verdad que difícilmente sabremos la valiosa información callejera que guardan en su temperatura y su casi mimética adaptación a las calles porque nunca, de no perder nuestra casa, podremos acceder a ella, pero sí hay manera de saber por qué llegaron ahí; y saberlo desintegra ese margen que los vuelve invisibles para nosotros.
La organización Rethink Homelessness les pidió a algunos indigentes que escribieran un hecho acerca de sí mismos que otras personas no podrían adivinar sólo al pasar junto a ellos. Sus respuestas desbaratan muchas de nuestras ideas predefinidas sobre su historia. Nos invitan, precisamente, a repensar la indigencia.
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