La leyenda de Santa Claus se remonta por lo menos al año 280 de nuestra era, cuando San Nicolás, un santo de origen turco, conocido por su filantropía y bondad, comenzó a ser venerado en la Europa continental. Arraigó en Holanda y tomó el nombre de Sinterklaas (abreviación de Sint Nicolaas), que pasó después a Santa Claus y cruzó el Atlántico en el siglo XVIII con los inmigrantes holandeses a Estados Unidos, donde se celebraba su fiesta el 6 de diciembre, en el aniversario de la muerte de San Nicolás.
A partir de entonces, Santa Claus es indiscernible de su historia gráfica: sus apariciones más antiguas lo muestran como un enano un poco perturbador, pero capaz de entrar por la chimenea de las casas a dejar regalos a los niños buenos y carbón a los malos. A mediados del siglo XIX los caricaturistas políticos lo utilizan como personaje para atizar la chimenea parlamentaria (como emblema de la abundancia de algunos y la pobreza de los más).
Su entrada en el mundo corporativo se da gracias a la tienda Macy's, que adopta a Santa Claus en su publicidad de fin de año, al igual que Coca-Cola, quienes al dotarlo de sus colores corporativos (rojo y blanco) lo popularizan hasta volverlo el ícono universalmente identificable que es hoy, tanto el personaje como la bebida carbonatada.
Estas imágenes son una muestra de los archivos del museo Smithsonian, y nos permiten ver la evolución de un ícono que en un principio apelaba a los buenos sentimientos, a la generosidad y el acto de compartir, y que a través del siglo pasado se convirtió en sinónimo del corporativismo y el consumismo que es como la Navidad laica: ya no se desean "Felices Fiestas" sino "Felices Compras".