Pero por lo visto, no sólo son frecuencias metafísicas o destellos electromagnéticos lo que está en juego cuando besamos a alguien. También se da un masivo flujo bidireccional de bacterias. Según un estudio recién publicado en el diario científico Microbioma, en un beso de boca, con jugueteo lingual incluido y una duración de 10 segundos se puede consumar el intercambio de hasta 80 millones de bacterias.
Alrededor de este fenómeno hay dos variables particularmente interesantes. Una es que este mismo estudio, encabezado por el investigador holandés Remco Kort, comprobó que el menú bacterial entre miembros de una pareja es bastante similar. Es decir, la monogamia juega un rol importante en no ampliar demasiado nuestra colección de bacterias. Por otro lado, este hallazgo sugiere una reflexión: no es que se haya demostrado que besarte con alguien sea asqueroso; en realidad sugiere que el concepto cultural que tenemos del mundo de las bacterias es equivocado. Y es que si un beso se torna un carnaval bacteriano, entonces seguramente debe haber algo interesante en estos minúsculos seres, con quienes por cierto deberíamos entablar una relación conscientemente simbiótica. A fin de cuentas un beso no puede ser, casi nunca, malo.