El clima de la Antártida es literalmente inclemente. Los vientos gélidos, la blancura estática y una radical oscuridad durante buena parte del año son factores que no pueden ignorarse. Sin embargo, ni siquiera esto justifica el que los lobos marinos antárticos (Arctocephalus gacela) insistan en copular con los pingüinos rey (Aptenodytes patagonicus), animales mucho menores en tamaño y que difícilmente podrían fungir como receptores sexuales.
Fue en 2006 cuando investigadores detectaron por primera vez este extraño arrojo romántico, pero supusieron que se trataba de una excentricidad aislada y no de un futuro patrón conductual. A partir de entonces, y en particular en los últimos meses, han notado múltiples casos similares. La naturaleza de este romance transespecie intriga a biólogos y especialistas, ya que aún no logran descifrar a qué se deba.
Así que hasta ahora la escena de un lobo marino macho montado sobre un pingüino de género desconocido, sometiéndolo con su desproporcionado peso y tratando de fornicar con él, se mantiene como un enigmático --y un tanto perturbador-- espectáculo.