¿Cuál era la naturaleza del canto de las Sirenas? […] Algunos siempre respondieron: era un canto inhumano; un ruido natural sin duda (¿acaso hay otros?) […] Ahora bien, dicen otros, más extraño era el encantamiento: este se limitaba a reproducir el canto habitual de los hombres, y dado que las Sirenas, que no eran sino animales extremadamente bellos a causa del reflejo de la belleza femenina, podían cantar como cantan los hombres, tornaban el canto tan insólito que hacían nacer, en quien lo oía, la sospecha de la inhumanidad de todo canto humano.
Maurice Blanchot
Me aproximo al secreto. ¿Qué es la música originaria? El deseo de arrojarse al agua.
Pascal Quignard
Charles Darwin, el famoso padre de la biología evolutiva, afirmó en 1871 que el canto humano era análogo al canto de los pájaros, en el sentido de que ayudaba a los machos a atraer a las hembras y a advertir de su presencia a rivales potenciales. La idea fue descartada hace mucho (casi ¾ de las hembras en las aves también cantan), pero el origen del canto humano, así como su sentido evolutivo y el origen de la música siguen siendo una incógnita para la biología, la antropología y la música. Sin embargo, existen algunas teorías.
Thomas Geissmann, de la Universidad de Zurich, dice que los otros cuatro tipos de primates que cantan además del humano (algunos lémures, tarseros, monos tití y gibones) forman uniones monógamas; Geissmann sugiere, así, una relación entre el canto y la monogamia en los primates. ¿Pero qué sabemos del canto específicamente humano, qué sabemos de los primeros instrumentos musicales?
El arte y los instrumentos musicales más viejos (tambores de madera y hueso, percusiones, sonajas, algunos tipos de flauta) aparecieron en Europa hace 40 mil años. Su sofisticación lleva a creer que evolucionaron, también, de formas musicales aún más antiguas. En 2011, un grupo de arqueólogos encontró herramientas probablemente utilizadas para pintar el cuerpo que datan de 100 mil años en Sudáfrica. Por estas pistas, algunos otros han supuesto que el hombre de Neandertal no era tan “bruto” como suponemos.
“Hay evidencia creciente de que la capacidad cognitiva del Neandertal era comparable a la de los humanos modernos”, afirma Ruth Biasco del Museo de Gibraltar. No es improbable que el Neandertal haya creado instrumentos musicales, aunque la evidencia física no está de su parte. Uno de los instrumentos musicales más antiguos (una flauta de 43 mil años de antigüedad) está hecho de hueso, y fue encontrado en un enclave de Neandertal en Eslovenia. Sin embargo, algunos investigadores creen que los agujeros de la supuesta flauta son heridas realizadas por los dientes de un carnívoro.
Francesco d’Errico, de la Universidad de Bordeaux en Francia, cree que los Neandertal pudieron fabricar instrumentos musicales, pero que al igual que algunas tribus modernas, sus materiales son perecederos (como ramas de árboles, o incluso hojas). Los instrumentos simplemente se pudrirían, sin pasar por el proceso de fosilización que nos permitiría imaginar su sonido en nuestros días.
El origen de la voz
En un tenor más filosófico, la voz implica la conciencia del ruido, de la presencia y de una voluntad comunicativa que no necesariamente es de índole intelectual, sino emocional. Dean Falk, de la Universidad del Estado de Florida, señala que uno puede conocer el estado emocional del otro debido al tono de su voz, aunque hablen una lengua diferente de la nuestra.
Es posible que la música y el lenguaje hayan evolucionado conjuntamente, y según investigadores como Leslie Aiello y Robin Dunbar del University College London, nuestros antepasados comenzaron a comunicarse primero mediante “gruñidos emocionales”. Recordemos que, para Aristóteles, “los sonidos emitidos por la voz son los símbolos de los estados del alma”. Aiello y Dunbar buscaban explicar la evolución del lenguaje, y al igual que ellos, muchos investigadores han visto (¿escuchado?) en la temprana importancia del tono un uso emocional que ayudara a cohesionar los grupos sociales a través de la música.
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Falk piensa que una pista se encuentra en la anatomía del aparato fonador humano. Nuestras cabezas son pequeñas al nacer para que nuestras madres no mueran durante el parto, pero nuestra voz es potente y ruidosa desde el primer momento de vida. ¿Por qué si nuestros antepasados eran recolectores, los fósiles permiten pensar que hacíamos mucho ruido desde entonces? ¿No atraeríamos a las fieras? Pero del mismo modo, ¿no podemos suponer que el atronador grito de los bebés no es también una señal de alarma que le advierte a su madre sobre un peligro inminente, así como una especie de "sonar" para que ella lo escuche aunque no lo vea?
Según Falk, las madres prehistóricas debían dejar sin supervisión a sus bebés durante largos intervalos de trabajo, así como al cuidado de otras madres, por lo que para dormirlos utilizaban alguna forma de nana o canciones de cuna.
Podríamos pensar que la voz animal se transforma en voz humana --en proto-canto-- cuando sirve para mecer, para confortar, para entregar al sueño. Que la voz aparece cuando aparece el instinto no ya del cuidado, sino del amor.
No todos los mamíferos y no todos los primates muestran el grado de vulnerabildiad de los bebés humanos en sus primeros años, pero se estima que el tamaño de nuestros cerebros y la indefensión de los bebés data de la misma época, aproximadamente hace 1.8 millones de años. En ese margen temporal nuestra voz cambió para producir registros y modulaciones mucho más ricas, y para Falk, la posibilidad “de que las madres y los niños impulsando la evolución de los balbuceos y carantoñas, que eventualmente evolucionaron en proto-lenguaje y proto-música, está apoyada por evidencias fuertes y variadas”.
Cantamos para consolar y para advertir, para seducir y para hacer dormir, cantamos cuando la felicidad nos desborda y cuando la desesperación del grito se modula en lamento, fado y plegaria; cantamos para los dioses y para los hombres; cantamos para que nuestra voz sea una presencia segunda o para sumergirnos en lo que esa otra voz (la nuestra) nos dice cuando cantamos. Cantamos, finalmente, porque podemos. Tal vez Darwin tenía razón y somos más parecidos a los pájaros de lo que pensamos.
Twitter del autor: @javier_raya