A pocos años de la última gran crisis financiera el número de multimillonarios se ha duplicado, según la organización Oxfam, que busca paliar la pobreza extrema. Y es que un millonario más en el mundo no es señal de bonanza personal y buena planeación financiera (solamente), además de un acariciado sueño promovido por Hollywood, sino un paso más del largo camino de la desigualdad.
Según Oxfam, el número de billonarios a nivel mundial en marzo de 2009 era de 793, mientras que en marzo de 2014 el número se incrementó a 1,645. Para dar un poco de perspectiva, ello significa que las 85 personas más ricas del mundo tienen la misma cantidad de riqueza que la mitad más pobre del planeta.
El reporte global de inequidad financiera emitido por Oxfam esta semana advierte que “el boom de multimillonarios no es solamente la historia de los países ricos”, pues países como la India aumentaron de dos a 65 multimillonarios desde los 90. En el África subsahariana existen 16 individuos en la misma situación.
La noticia en medios mexicanos fue que Carlos Slim, virtual propietario del país y hombre más rico del mundo, tardaría 220 años en gastar su fortuna, calculada en 80 mil millones de dólares. Esto solamente si gastara la modesta cifra de 1 millón de dólares al día. Pero más que un apunte para los Récord Guiness (o para lubricar las fantasías aspiracionales de millones de mexicanos preguntándose cómo gastar un ingreso semejante), el caso de Slim y otros multimillonarios debe ponernos a pensar en cómo nos afecta globalmente el auge de sus cuentas bancarias.
Según Andy Haldane, economista en jefe del Banco de Inglaterra, si existiera un impuesto a los multimillonarios que los obligara a pagar 1.5% de su riqueza una vez sobrepasados los mil millones de dólares, existiría un capital de 74 mil millones que, según Oxfam, sería “suficiente dinero para llenar las brechas anuales de financiamento necesario para que todos los niños fueran a la escuela y para ofrecer servicios de salud en los países más pobres del mundo”.
Los argumentos en contra suelen ser de los empleados modélicos: aquellos que aspiran ciegamente a engrosar la fila de los millonarios, quienes observan en un impuesto de este tipo una transgresión contra el éxito personal, amasado con años de duro esfuerzo (o mediante nexos con el crimen organizado, a saber.) Lo que queda fuera del mapa es que la acumulación obscena de capital financiero sólo evita una repartición equitativa de los recursos disponibles; los impuestos que pagamos no son un “castigo” o una penalización: sirven para mejorar las condiciones de vida del lugar.
Pero si este impuesto sigue siendo aplicado inequitativamente (y los millonarios siguen asesorándose como hasta ahora, logrando exenciones fiscales fabulosas), es posible que la desigualdad siga aumentando, al igual que movimientos de protesta que, como Ocuppy Wall-Street, harán escuchar la voz del 99% restante.
Tal vez Carlos Slim pueda invertir sus millones en desarrollar la criogenia y aumentar su expectativa de vida para poder gastar un millón de dólares diarios durante más de 2 siglos; pero frente a esta perspectiva improbable, es necesario preguntarnos cómo afecta a los ciudadanos de a pie el auge de las grandes cuentas bancarias.