¿Puede la presencia de un símbolo espiritual “sanar” la atmósfera de un lugar? Este parece ser el caso: Dan Stevenson, residente de un vecindario en Oakland, colocó una estatua de Buda de piedra en una peligrosa intersección.
Históricamente, el barrio de Dan había sido un sitio donde el crimen (en especial robos a mano armada y asalto agravado), además de la prostitución y la basura, se habían acumulado negligentemente. Dan –que no se define como budista, y ni siquiera como una persona muy “espiritual”— compró la estatua de Buda de medio metro de altura en una tienda local y la colocó en la calle.
Poco a poco, los residentes comenzaron a dejar ofrendas de flores, fruta e incienso frente a la estatua. Un grupo de mujeres vietnamitas comenzaron a rezar frente a ella cada mañana; pero eso no fue lo único que cambió.
Según un diario, año con año las tasas de crimen han disminuido 82%. Las denuncias por robo bajaron de 14 a tres, las de asalto agravado de cinco a cero, los robos de ocho a cuatro y la prostitución de tres a cero.
Dan explica su acción de forma secular. No es una persona de fe, aunque “no tengo nada contra ella, pero yo no creo en lo que los demás creen”.
La estatua ha sobrevivido a un intento de robo y a una intervención de las autoridades locales, pero la comunidad se ha encargado de protegerla y construir a su alrededor un pequeño templo.
Tal vez deberíamos pensar que una estatua de piedra por sí misma no puede cambiar al mundo, ni siquiera el mundo limitado por un par de calles donde uno vive; pero un pequeño gesto de buena voluntad puede generar cambios paulatinos. Y si no los genera, poco importa: los actos de bondad no necesitan explicación, en realidad. De este modo, aunque no seamos personas precisamente espirituales, un símbolo como un Buda de piedra puede convertirse en un símbolo de cohesión y organización social.