Lecciones de discrepancia: el legendario debate sobre LSD entre Tim Leary y un profesor del MIT

Son ya 74 años desde aquel día en que el Dr Albert Hoffman sintetizó por primera vez la dietilamida de ácido lisérgico, mejor conocido como LSD. Cinco años después, en 1943, este brillante suizo experimentó el primer viaje con este psicoactivo, el cual reportó a uno de sus colegas, en un informe, así:

Viernes 16 de abril de 1943: Me vi forzado a interrumpir mi trabajo en el laboratorio a media tarde y dirigirme a casa, encontrándome afectado por una notable inquietud, combinada con cierto mareo. En casa me tumbé y me hundí en una condición de intoxicación no desagradable, caracterizada por una imaginación extremadamente estimulada. En un estado parecido al del sueño, con los ojos cerrados (encontraba la luz del día desagradablemente deslumbrante), percibí un flujo ininterrumpido de dibujos fantásticos, formas extraordinarias con intensos despliegues caleidoscópicos. Esta condición se desvaneció dos horas después.

Albert Hofmann

 
A partir de ese momento comenzaría a gestarse una genuina revolución que terminaría por impactar prácticamente todos los planos de la existencia humana. La moda, la ideología, la música, la forma de narrar la realidad. Un par de décadas después de este momento histórico se consumaría un movimiento masivo derivado, en buena medida, de la llamada revolución psicodélica: una especie de renacimiento que utilizaba como mapa referencial las lecciones extraídas a partir de experiencias psicoactivas, entre las cuales destacó el LSD. 
 
En los casi tres cuartos de siglo que lleva latente esta sustancia se han acumulado distintos momentos históricos, instantes particularmente significativos en nuestra relación con el LSD. Y uno de ellos es precisamente este legendario debate ocurrido en 1967 dentro del Auditorio Kresge, en el MIT. Los protagonistas fueron, de un lado, el carismático doctor en psicología Timothy Leary, efusivo promotor del uso de psicodélicos, y del otro, el profesor Dr. Jerome Lettvin del Massachusetts Institute of Technology. 
 
Leary, con la soltura de palabra que le caracterizaba, advirtió frente a un auditorio repleto de futuros científicos que esta sustancia refleja la esencia del espíritu científico, el arriesgar para descubrir, el experimentar y retar los límites preestablecidos de una realidad cultural heredada:
 
El verdadero reto del científico es "volarse". No sé si el LSD es bueno o malo. Es una apuesta. Es un riesgo. El sacramento es siempre un riesgo... ¿Hay algo que no lo sea? Pero el LSD es la mejor apuesta de la casa. 
 
Poco después de tomar la palabra (alrededor del minuto 30 del video), Lettvin demuestra que es por lo menos tan lúcido y simpático como el propio Leary. En lugar de atacar de manera frontal y predecible la postura del gurú psicodélico comienza a tejer su propio tablero de juego, comenzando por sacar el debate de un plano científico y enfatizando en que en realidad se trata de un dilema moral. Además condena la persecución y prohibición arbitraria, por parte del gobierno, contra el uso de LSD, e incluso califica de ridícula la criminalización de la marihuana –con lo cual deja claro que no es un típico opositor moralino y limitado del consumo de sustancias. Sin embargo, cuando llega el momento de hablar del LSD y otras sustancias, por ejemplo la psilocibina o la mezcalina, Lettvin advierte que el riesgo es suficientemente grande como para condenar la promoción abierta. 
 
El principal argumento de Lettvin, además de recalcar que está prohibido por la ley es que a diferencia de, por ejemplo, una borrachera, tras la cual el individuo eventualmente recobra el "sano juicio", con los psicodélicos no existe esa certeza. Incluso si hay 99% de probabilidades de regresar del viaje, ese 1% debiese ser suficiente para descalificar su consumo –incluso propone al LSD como un detonante de modalidades psicóticas.
 
Vale la pena escuchar el debate disponible en este video que encontramos gracias al sitio Open Culture ya que, más allá de su valor histórico, de algún modo nos invita a reafirmar la idea de que aunque quizá nos sintamos muy liberales promoviendo el LSD, o muy coherentes condenándolo, ninguna de las postura debiese servir como pretexto para construir un dogma. Lejos de la cultura on/off que se nos ha inculcado, nada es absolutamente bueno o absolutamente malo, además de que existen infinitas variables que influyen en el decreto hacia uno u otro sentido. 
 
Una buena oportunidad para reflexionar sobre el LSD, sobre la dogmatización y, en especial, sobre el monumental valor de la única postura que puede, potencial y paradójicamente, unirnos a todos: la discrepancia. 
 

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