¿Normalmente te estacionas en el primer espacio libre que ves, aunque cuando regreses de la tienda tengas que cargar las bolsas por más tiempo? O ¿limpias tu casa, haces la comida, contestas correos y tachas actividades de tu lista de “cosas que hacer” antes de sentarte a trabajar? Si sí, entonces eres un pre-crastinador y saberlo puede ser importante en tu vida.
En el experimento que inspiró el término, los investigadores dieron a los participantes la elección de cargar una o dos pesadas cubetas llenas de monedas al final de un callejón. Una cubeta estaba colocada más cerca de la meta final, pero la mayoría de las personas eligieron la otra cubeta –la más cercana a ellos— incluso si tenían que cargarla más lejos, lo cual significaba más esfuerzo. La razón, de acuerdo con los autores del estudio, fue que la tarea que les pidieron les pesaba mentalmente: querían terminar con ella lo antes posible.
“Al levantar la cubeta cercana, podían tachar esa tarea de su “lista mental de cosas que hacer” más rápido que si levantaban la cubeta lejana”, apuntó el líder investigador David Rosenbaum. El fenómeno de las cubetas no es difícil de reconocer en la vida cotidiana. La seductora urgencia de “tachar cosas que hacer” antes de comenzar el verdadero trabajo nos coquetea a todos.
El peligro de la precrastinación, como se dijo arriba, es que, a diferencia de la procrastinación, la primera no se siente malportada. Cuando dejamos las cosas al último momento hay una incomodidad inmanente que no nos deja en paz hasta que hacemos lo que tenemos que hacer. Y además, en la procrastinación a menudo ocurren momentos de inspiración o encuentros poéticos inusitados. Al precrastinar, por el contrario, creemos que estamos arreglando todo para poder finalmente trabajar en paz, y ese momento se difiere muchas veces sin que nos demos cuenta.
Suena lógico que las tareas que tenemos en la agenda mental (sea limpiar la casa, contestar correos, estacionarnos lo antes posible, pintar la casa) nos pesen, casi físicamente, y nos quiten tranquilidad para trabajar –por ello queremos hacerlas y “tirar a la basura” el recordatorio constante--. Pero es una manera de confundir lo “urgente” con lo importante, incluso si esa urgencia es meramente ilusoria. La mejor manera de lidiar con la precrastinación es asignarle un horario definido y no empalmarla con el trabajo “real”. Limpiar la casa en un horario libre, contestar correos por la noche o pintar un cuarto el fin de semana, por poner algunos ejemplos.