Por primera vez brilló como actor interpretando a Martin en un rol menor de Atrapado sin salida (Milos Forman, 1975), una genial película que podría ser, entre otras cosas, un catálogo de grandes actores de reparto. Logró sobresalir entre todos los locos de manera silenciosa, expresándose con economía de recursos. Recordemos que la pantomima es la base actoral del cine (el cine mudo); así DeVito se sumerge en la ficción con fuerza viviendo las escenas. Cómo olvidarlo como niño que se divierte ante un mago de fiesta de cumpleaños con los rounds de box en los que se convertían las intervenciones de McMurphy (Nicholson) contra la enfermera (Fletcher) durante las terapias en grupo en el círculo de sillas.
Era tan simpático el pequeño gordito DeVito que hasta a Brian de Palma se le ocurrió hacer una comedia de enredos con él, incluyendo a la mafia italiana como telón de fondo, grupo étnico que ya se había probado cinematográfico en la obra de Coppola y Scorsese para ese entonces. Wise guys (1986) posiciona en un lugar como Atlantic City a dos mafiosos bastante torpes en una situación de fuego cruzado: uno viene a matar al otro y viceversa, comedia simple que una vez más DeVito vuelve a transformar sofisticadamente. De Palma tendrá quizás otra comedia si se considera a La hoguera de las vanidades como tal; parece que este genial estilista del suspenso, heredero de Hitchcock deseaba tener éxito con éste género pero jamás lo consiguió. De Palma tiene una solemnidad en la que encarna perfectamente al fantasma de Alfred Hitchcock; es curioso cómo sus escasos intentos de hacer comedia pueden ser admirados como retratos críticos del fracasado horror del sueño americano.
La guerra de los Roses (Danny DeVito,1989) es sin duda una prueba de lo rápido que madura como director; su segunda película dos años después es una sólida mezcla de géneros que conserva la violencia rapaz como conducto de liberación ante la institución primordial que es la familia. Ahora desde el punto de vista de la pareja, el matrimonio Rose compuesto por la rubia belleza de Bárbara (K. Turner) y el vigoroso éxito de Oliver (M. Douglas), está fracasando. El tedio es un nuevo ingrediente que lentamente va dando lugar a la agresividad de uno contra el otro. ¿Quién lo iba a decir? Profundamente enamorados se lanzaron a la aventura del matrimonio, en la que un día ella le pregunta a él: “¿Estás feliz?”, a lo que él contesta: “Más qué feliz, estoy casado”.
Los jóvenes no saben lo que les espera, la gran amenaza de lo que serán el uno para el otro en un futuro no tan lejano. Al negarse él al divorcio, golpes físicos ahora ocupan el lugar de las caricias; platos y demás objetos que vuelan por los aires buscando impactarse en el cuerpo del otro ahora son los nuevos regalos, que dan pie a secuencias de acción que necesitan dobles de cuerpo, stunts en caídas desde segundos pisos, y el hogar se rompe literalmente; atropellamientos vehiculares, etc… La bestialidad humana se revela ante las estructuras impuestas por un sistema y DeVito se consolida como radical, un profeta del Apocalipsis. Por otro lado la cinta es una reflexión divertida de la pareja heterosexual como un sitio adecuado para las más grandes obras de teatro, cancha de squash energética.
Llama la atención cómo DeVito asume, a diferencia de la mayoría de los directores de cine, que una cosa es dirigir y otra escribir; a él no le interesa escribir, siempre se ha apoyado en gente experimentada y sensible. Para Bota a mamá del tren se apoyó en Stu Silver que más que nada es una persona de televisión, responsable de un show como en su momento fue Webster. Para La guerra de los Roses usó un guión de otro escritor de televisión responsable del exitosísimo The Cosby Show, en este caso adaptando una novela de Warren Adler. Para su siguiente película DeVito colabora con uno de los mejores guionistas de su generación, David Mamet, para construir su más seria obra hasta la fecha, Hoffa (Danny DeVito, 1992), el épico biopic de Jimmy Hoffa, un líder sindical estadounidense que desapareció bajo sospecha de asesinato. Juntos Mamet, DeVito, Nicholson y también quien soliera ser el fotógrafo habitual de De Palma, Stephen H. Burum, crean una fábula de los escabrosos confines del sueño americano. Con influencia de los malabarismos cinematográficos para descubrir conspiraciones de Oliver Stone, que ya eran evidentes en JFK (Stone, 1991), la apuesta de DeVito es de dimensiones épicas clásicas hollywoodenses.
DeVito sigue explorando géneros cinematográficos, ahora con un cuento de hadas contemporáneo adaptando a Roald Dahl. Matilda (DeVito, 1996) plantea a una niña de nombre también Matilda (Mara Wilson) poseedora de súper poderes psíquicos, instalando justicia para el buen individuo indefenso de otra manera, el grueso de la población norteamericana. Una justicia que no llegará por medio de la familia, del matrimonio ni de la lucha social (como lo ha planteado la anterior filmografía), sino por medio de la inocencia; porque a final de cuentas, DeVito jamás ha dejado de ser un niño y no sólo de tamaño (mide 1 metro 52 centímetros). Es su actitud ante la vida lo que hace que a uno le caiga tan bien desde un inicio, una actitud que se extiende a la visión que tiene de los conflictos de sus personajes atrapados por su entorno. Matilda pasará del autoritarismo corrupto de su padre a ser internada en un orfanato dickensiano tipo Anita la huerfanita (John Huston, 1982), donde el sistema no puede soportar la inocencia ni la bondad y contiene varios métodos para corromperla, pervertirla para que pueda serle útil. Matilda batalla no sólo por ella sino por todos sus compañeros, como continuación de la niña que aparece en el epílogo de Stalker (Andrei Tarkovski, 1979): por medio de la telequinesis reclamara su espacio en esta nueva realidad.
Curiosamente DeVito vuelve a trabajar para Tim Burton en Big fish (2003) creando otro memorable personaje, el cirquero Amos Calloway, quien bien podría representar a DeVito director Hollywoodense. Cuando Ed Bloom (Ewan McGregor) ha quedado prendado de la hermosa Sandra, recurre a Calloway para orientarse sobre cómo puede encontrarla. Calloway lo emplea un mes en su circo gratis y acuerdan que cada mes le dirá algo nuevo de la etérea chica rubia.
Así DeVito, el domador de personajes más que de actores, el dueño del circo nos va dando pistas de dónde ha quedado atrapada nuestra alma colectiva ante esta mecanización que se soporta en un sistema frío. DeVito divierte a su audiencia pero está de verdad conectado con el espíritu, a tal grado que puede darnos pistas de lo que está dañado y cómo arreglarlo; a eso ha dedicado su vida, su arte. Lo mismo que cuando hace poco le dio vida al personaje animado en El lorax (Chris Renaud, Kyle Balda, 2012) una simpática bestia diseñada por Dr. Seuss, conciencia planetaria en contra de la deforestación.
Danny DeVito es de esos artistas que asumen su tiempo y, con todo lo negativo que pueda conllevar, no sólo lo representan, lo reflexionan o lo cuestionan, sino que lo solucionan de alguna manera y además nos divierten enormemente. A los que lo siguen en Twitter les consta sonreír de vez en cuando viendo las selfies de su pie desnudo posando en algún lugar del mundo, recordando esa papa que baila en el plato de Chaplin.
Twitter del autor: @psicanzuelo