La ecuación de la felicidad para los filósofos del #behappy

Culturalmente, hemos aprendido a desear la felicidad como si fuera una cosa. Incluso pretendemos que la tenemos y compartimos miles de frases carpe diem en redes sociales, porque en la filosofía del be happy nunca son suficientes los recordatorios felices fuera de contexto. Por todas las citas, memes y fotos (i. e. #100happydays), pareciera que ya todos sabemos qué es la felicidad y cuáles son los pasos para obtenerla. Sabemos, por ejemplo, que Ghandi dijo que “La felicidad es cuando aquello que piensas, aquello que dices y aquello que haces están en armonía”; que Mandy Hale dijo que “No es egoísta amarte a ti mismo, cuidarte a ti mismo y hacer de tu felicidad una prioridad. Es necesario”. Cuando compartimos estas frases, además, tendemos a apropiarnos de ellas como si las lleváramos a cabo o como si fuesen consejos propios para hacerles la vida más grata y reflexiva a nuestros amigos de Facebook.

Así, nuestra obsesión por la autosuperación y por la fórmula/píldora perfecta para llegar a la felicidad, más que un trabajo introspectivo y disciplinario, parece ser el oversharing; compartir y compartir todo lo que encontramos que suene bonito y sensato, y que nos haga parecer más felices. Sobre ello se han escrito cientos de cosas y seguro se seguirán escribiendo, ya que la patología del meme feliz parece ser progresiva y acumulativa.

De ahí que la psicología, la neurociencia, la sociología, la antropología cultural, la economía conductual y hasta las matemáticas se aboquen a encontrar la respuesta a “¿Qué es la felicidad?”. Todos quieren decírnoslo y viralizar su hallazgo.

Unos de los últimos estudios en plantearse esta pregunta fue de unos matemáticos del University College London, publicado recientemente en Proceedings of the National Academy of Sciences. Los investigadores obtuvieron la siguiente fórmula para definir la felicidad:

 

El punto esencial de la fórmula es esta: la felicidad alcanza su máximo cuando ganamos y nuestras expectativas son bajas; pero esa felicidad disminuye gradualmente con el tiempo. Para ser claros, los científicos no estaban estudiando la satisfacción general de la vida, sino la alegría momentánea --esa que todos confundimos con felicidad y queremos postergar-- que viene de ganar un premio.

Con máquinas MRI, los científicos espiaron el cerebro de 26 sujetos que jugaban un juego de apuestas. A lo largo del juego, la computadora les pidió a los participantes que calificaran qué tan felices estaban en una escala del 1 al 10. Después de ello esbozaron la ecuación de arriba.

Lo que encontraron fue que no era la cantidad de dinero lo que les daba la mayor felicidad, sino ganar cuando no estaban esperando ganar. Lo más destacable de la fórmula es que incorpora el “factor de olvido”, que predice que la felicidad obtenida en un triunfo anterior se degrada con el tiempo. Ello quizás pueda explicar la obsesión de compartir repetitivamente frases y citas que dicen esencialmente lo mismo. Tendemos a olvidar el pequeño “placer” que nos genera una cosa y necesitamos provocarlo una y otra vez hasta que, naturalmente, todo se vacíe de significado (lo cual no nos detiene sino, al contrario, nos produce más deseo).

De acuerdo con la fórmula, la felicidad no aumenta con la repetición sino que disminuye. Cuando ganamos y ganamos en un juego de apuestas, la felicidad se normaliza. Cuando compartimos y compartimos frases “profundas”, la profundidad se vuelve superflua. La búsqueda de la felicidad es un cuento de nunca acabar, porque como tal no existe. Existe la alegría momentánea, pero incluso ésta se escabulle si intentamos forzarla. Existe el bienestar, ese sí existe y es duradero, pero nada tiene que ver con lo anterior.

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