Vemos, muchas veces, animaciones psicodélicas turbocargadas de mandalas y conjuntos fractales disolviéndose en un un flujo de transformación, que al final son solamente un poco de pirotecnica gráfica. No es el caso del trabajo de Ben Ridgway, Cosmic Flower Unfolding, una de las más elegantes y visualmente deliciosas animaciones que este rubro nos ha regalado, ganadora de múltiples premios. En menos de 2 minutos podemos entrar al corazón de la materia submarina, en donde cobra vida la información de seres que evocan anémonas, dinoflagelados, medusas, moléculas de sal, algas y flores eléctricas y son también mandalas, glifos, arabescos y partículas de un superorganismo que nos recuerda a una especie de fauno marino o una ondina psicodélica cuyo rostro está compuesto de flores azules transparentes y cuyo cuerpo es un portal como la boca abierta del océano. Entramos a la repetición hipnótica que lo mismo podría ser el lento acercamiento de un viaje de DMT que la apertura del libro de la naturaleza, un poco en el tenor del trabajo de Ernst Haeckel.
El flujo emergente de la animación parece estar sincronizado con un patrón de olas, como la respiració de un mar cibernético o un silencio enteógeno que nos permite escuchar la palpitación de la vida misma, el universo vegetal y mineral con sus secretos. La animación, al final, no es sólo una bella estampa decorativa o una distracción más; cumple la función de revelarnos y hacernos adentrar en la noción de que la materia está hecha de un código, que contiene joyas secretas, y las formas geométricas son un puente de conciencia a la integración de la unidad entre todas las cosas. Es un vehículo sucedáneo del viaje psicodélico mismo.