Muchos de los piropos y miradas acosadoras que se lanzan en la calle responden, en México, a una cultura masculina de altivez. Aunque muchos podrían parecer inofensivos e incluso simpáticos en realidad, considerando los niveles de violencia a la mujer en este país, quizá son la punta de una arista más profunda y arraigada: un desdén cultural.
Hace unos años el metro del D. F. fue dividido. Los primeros tres vagones son para mujeres y niños, y el resto es mixto. Esto respondió a una protección justamente relacionada con el machismo. El acoso silencioso en el metro, los manoseos, las miradas abusivas y la intimidación se suceden persistentemente; la mujer es vista como un objeto de deleite, y ello enaltece al hombre atrevido, aquel que orgullosamente la perturba.
Recientemente una colaboradora de The Guardian, Nina Lakhani, radicada en el Distrito Federal, describió como incluso tuvo que cambiar su forma de vestir debido a la objetivación de la mujer en México, narrando cómo, en un día de calor, debe usar blusas con manga, por la intimidante sensación que le provoca viajar en transporte público con ropa de verano.
Lakhani asocia los feminicidios y las violaciones (se comete una cada cuatro minutos en este país) a una cultura machista manifestada en niveles cotidianos como el acoso sexual público que se hace, o con piropos, miradas o, en su caso más burdo, con manoseos.
Cuando la sociedad ha estado acostumbrada a tolerar los piropos en la calle como una manifestación simpática de espontaneidad, quizá también ha dejado que esa actitud acosadora alimente silenciosamente la misoginia y los feminicidios de Juárez, Aguascalientes, el Estado de México o Oaxaca. Hasta las acciones más pequeñas emiten un profundo trasfondo simbólico; ¿permitir que te piropeen es sano? Quizá no, si ampliamos la foto completa.
Como una campaña de concientización, hace unos días se publicó este video de mujeres que, con una cámara escondida, documentan el acoso sexual en la calle.
Twitter de la autora: @anapauladelatd
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