La idea de qué es lo privado ha cambiado radicalmente desde que existe internet. Lo que una vez fue sagrado ahora es un producto con enorme potencial de comercialización. Y lo peor es que la privacidad no nos fue robada, sino que la regalamos sin medir las consecuencias.
Hasta el propio Mark Zuckerberg ha cambiado de sintonía. Hace poco, en una conferencia con sus inversores, resaltó que la privacidad sería la nueva clave para el crecimiento de la compañía. Esto hace mucho sentido si tenemos en cuenta que la adquisición de WhatsApp por parte de Facebook fue para competir directamente con Snapchat, una app para realizar conversaciones privadas.
La industria de la privacidad pagada ya está aquí, y se encuentra en franco crecimiento. Apps como Confide y Wickr ya obtienen buenas ganancias por proveer sistemas de mensajes privados.
Nuestra privacidad es cada vez más vulnerada, o al menos la percepción de este abuso está creciendo. En el libro The Edward Snowden Affair: Exposing the Politics and Media Behind the NSA Scandal, el autor Michael Gurnow habla del éxodo que se empezó a dar a raíz de las revelaciones de Snowden. Mucha gente abandonó Google Chrome e Internet Explorer por navegadores donde se puede navegar de manera más anónima. Incluso, muchas personas abandonaron Facebook, Twitter, LinkedIn, Instagram y Pinterest. Los más preocupados han encriptado sus computadoras.
La Corte Suprema de los Estados Unidos está pensando qué hacer con el concepto del “derecho a ser olvidado”. Tanto la Unión Europea como la Corte argentina han decidido que los usuarios deben tener este derecho, pero ¿es realmente posible borrar de la red todo rastro de una persona?
No hay forma de tener claro que incluso a la compañía a la que le estás pagando realmente evite vender tus datos. Seamos paranoicos; es hora de darse cuenta de las consecuencias de regalar nuestra información tan fácilmente.