La noósfera holográfica de Philip K. Dick (I/II)

La imaginación es ese  mundo real y eterno del cual este universo vegetal no es más que una sombra borrosa. William Blake

La imaginación es un órgano de percepción, nos dice la filosofía neoplatónica, uno que sintoniza los mundos invisibles, uno mayormente desconocido para nosotros. A diferencia del pensamiento racional científico, donde la imaginación es concebida como un proceso mental de fantasía y falsedad –meras elucubraciones en la mente de un sujeto—, para los seguidores de Platón y Pitágoras la imaginación es aquello que permite percibir lo que está detrás del velo –dokas-- del mundo físico de los objetos, una realidad superior de la cual la naturaleza es una representación. Y es que, para la escuela platónica, el mundo está hecho de imágenes más que de átomos—la imaginación, como uno de esos poderosos microscopios para observar partículas subatómicas, es capaz de percibir las imágenes primordiales que constituyen el mundo.

Cuando hablamos de imaginación en la modernidad debemos pensar en Einstein, quien siempre priorizó la importancia de la imaginación en su labor descubriendo la teoría de la relatividad y la geometría del espacio-tiempo. Su deseo más ferviente era develar los secretos del universo –lo que también llamó, metafóricamente, "la mente de dios". Buena parte de la física y la matemática moderna participan de esta cosmología platónica, impulso –un continuum-- histórico por descubrir qué es aquello que ordena el mundo visible: la estructura o código que in-forma la realidad.

Aunque pueda parecer un poco disparatado, la otra figura moderna que debemos evocar cuando pensamos en la imaginación humana en el último siglo es Philip K. Dick, el gran novelista de ciencia ficción que ha encontrado la fama póstumamente vía numerosos blockbusters de Hollywood. Cuando pensamos en imaginación inmediatamente pensamos en escritores y, específicamente, en escritores de ciencia ficción –Verne, H. G. Wells, Arthur C. Clarke, Dick. Pensamos que son mentes tan lúcidas e inquietas que en su afán de imaginar –de modelar el futuro con la visión presente— logran anticipar el porvenir, o que su poder de cincelar mundos es tal que logran influir en la psique colectiva hasta el punto de prácticamente crear –a través de una diseminación memética— estadios futuros. ¿Pero acaso no es posible que estos mundos imaginados sean en algunos casos simplemente atisbos perceptuales de realidades ya existentes, una especie de transmisión de la mente colectiva de la humanidad o del mismo universo?

Ningún otro escritor ha tenido una precisión tan temible como Dick para imaginar la evolución de la tecnología así como los trances de su asimilación, principalmente el lugar de la empatía y aquello esencialmente humano en un ecosistema cada vez más maquinal y alienante. La fertilidad de la imaginación de Dick ha hecho que su visión distópica sea el estándar de oro del cine de ciencia ficción (películas como Total Recall, Minority Report, A Scanner Darkly, Blade Runner e innumerables más que, si bien no se basan directamente en sus cuentos o novelas, tienen una influencia indiscutible). Dick, sin embargo, no sólo creó una serie de imágenes perturbadoras y fascinantes del futuro –una especie de lado oscuro del progreso y el sueño americano-- ; articuló consistentemente una metafísica que  representa un hito en la historia de la filosofía en lo que se refiere al cuestionamiento de qué es la realidad.

Desde la década de los 50, Dick percibió el aspecto oscuro y paranoico de la Aldea Global de McLuhan. El animismo que la humanidad primitiva proyectaba en la naturaleza para él renacía en nuestro ambiente tecnológico, donde ominosas fuerzas espirituales se fusionaban con los instrumentos del capitalismo tardío...

Dick  interactuó con la lógica mutante del capitalismo y el simulacro tecnológico antes de que Baudrillard supiera distinguir un megabyte de una baguette, llegando a la conclusión de que sólo una relación antagónica con la realidad --incluso hasta el punto de la locura-- es sana. En un mundo de transmisiones cristalinas, Dick sintonizó la estática entre los canales, le subió el volumen y escuchó los mensajes ocultos. Su escepticismo constituye una ferviente metafísica. Estaba obsesionado con la noción gnóstica de un demiurgo, un dios falso que obscurecía el mundo verdadero con la ilusión del tiempo-espacio.

El anterior fragmento del ensayo Saint Phil, de Erik Davis, nos introduce a la multidimensionalidad dickeana que es a la vez una aguda crítica de la sociedad tecnócrata consumista y un fervor metafísico, un reverso de la realidad o un aguijón en el velo.

El ensayo de 1975 Man, Android and Machine, es clave para conocer la filosofía cósmica de Philip K. Dick y su forma de trabajar o conjurar temas para sus novelas (la otra pieza clave es la Exégesis, una obra monumental e inabarcable de miles de páginas). Dick  nos dice que gran parte de las ideas seminales de sus novelas le vinieron en sueños o, en el caso de VALIS, intentando dilucidar una extraña experiencia visionaria o telepática (la cual lo llevó al borde de la locura o la iluminación; sobre esto puede leerse más aquí). La ontología onírica --de extracción gnóstica-- de Dick es indivisible de su escritura y, tal vez por esto, logra rasgar el velo divisorio:

En Flow My Tears, The Policeman Said, el mundo de un personaje invade el mundo en general y muestra que por “mundo” no queremos decir otra cosa que Mente –la inmanente Mente que piensa—o más bien sueña—nuestro mundo.

UBIK, en donde dios es sintetizado en un spray y el tiempo fluye en reversa, también tiene una misma inspiración onírica:

UBIK primordialmente fue un sueño, o una serie de sueños. En mi opinión contenía una fuerte presencia de temas de filosofía presocrática, desconocidos para mí al momento de escribirlos (para nombrar sólo uno, la visión de Empédocles). Es posible que la noósfera contuviera patrones de pensamiento en la forma de una energía muy débil hasta que desarrollamos transmisiones de radio; punto en el que el nivel de energía de la noósfera se disparo y tomó vida propia. Ya no fungía sólo como repositorio pasivo de información humana (los “asientos de conocimiento” en los que creían los antiguos sumerios), sino, debido a la increíble carga de señales electrónicas y el material rico en información ahí dentro, le dimos poder para cruzar un vasto umbral; hemos, por así decirlo, resucitado lo que Filón y otros antiguos llamaron el Logos. La información, entonces, ha tomado vida, con una mente colectiva independiente de nuestros cerebros, si esta teoría está en lo correcto.

Aquí Dick sugiere que la información que novela, que inserta en una estructura dramática, proviene de un substrato más profundo, como un río subterráneo que nos conecta con un océano cósmico. Tanto de los sueños como de transmisiones descargadas directamente de la mente colectiva de la humanidad (la noósfera o capa pensante planetaria) o de la mente universal, posiblemente a través de algo como una resonancia mórfica (un concepto que fue desarrollado por Sheldrake después de que Dick formulara esta hipótesis sobre el origen de la información). Sabemos que la visión articulada en la película The Matrix (incluso utilizando esa misma palabra: ontological matrix) fue expuesta por Dick desde los '70 y es sin duda el más claro antecedente para la visión de un universo-simulación computarizado que ha estado en la imaginaria popular desde los años '90 (aunque el antecedente de Dick son los filósofos gnósticos con el concepto de stereoma, el dokos griego y el maya del hinduismo). En el ensayo citado, Dick explica la síntesis que hace para formular su propio concepto de una realidad ilusoria programada por una inteligencia cibernética que puede o no equipararse con Dios. Es como sí sólo con nuestras nuevas tecnologías para representar y simular la realidad podemos empezar a entender los intersticios y el mismo sistema operativo de la ilusión (cómo se teje invisiblemente alrededor de nosotros en un ecosistema de información):

Puedes ver a partir de la descripción de Jameson que estamos hablando de algo similar al Maya aquí, pero algo también muy similar a un holograma. Tengo la nítida sensación de que Carl Jung estaba en lo correcto sobre nuestros inconscientes, que éstos forman una única entidad o, como lo llamaba, un “inconsciente colectivo”. En ese caso, esta entidad mental colectiva, consistiendo de literalmente miles de millones de “estaciones”, que reciben y transmiten, conformaría una vasta red de comunicación e información, muy parecida al concepto de Teilhard de Chardin de la noósfera. Esta es la noósfera, tan real como la ionosfera y la biosfera; es una capa en la atmósfera de la Tierra compuesta de proyecciones holográficas e informáticas en un Gestalt procesado continuamente de manera unificada en nuestros cerebros multidimensionales. Esto constituye una vasta mente, inmanente en nosotros, de tal poder y conocimiento que nos parece igual al Creador. Esta era, en todo caso, la visión de Dios de Bergson.

En la segunda parte de este ensayo veremos puntualmente cómo Dick desarrolló una cosmología a partir del gnosticismo cristiano y neoplatónico insertándolo en el paisaje distópico que vio emerger en un mundo industrializado, y cómo su visión es una lúcida --aunque, paradójicamente, paranoica-- versión de un universo holográfico en el que la realidad primordial es la información: el espíritu materializado en una fortaleza de código que es, también, una rutilante celada.

Twitter del autor: @alepholo

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