Salir en la transmisión del Mundial es más importante que el resultado (los cinco segundos de fama de los fans)

Un curioso fenómeno puede observarse en las transmisiones de los partidos del Mundial: cuando las cámaras los capturan y se ven a sí mismos en las pantallas del estadio, los aficionados responden siempre con sonrisas y alaridos, con una instantánea felicidad, como si estuvieran gritando un gol fantasma, no obstante el resultado del partido y la suerte del país. Hemos visto aficionados que están al borde del llanto, deprimidos por la eliminación o la derrota de países como España, Inglaterra, Uruguay, Japón y otros... y repentinamente, como si fueran actores o autómatas, cambian la cara radicalmente y muestran su potente fanatismo gritando, celebrando y saludando a las personas que están del otro lado de la pantalla en un acto que resulta un tanto extraño, con todas las miras de un gran simulacro.

Los camarógrafos de la transmisión oficial controlada por el Comité Organizador claramente buscan hacer del futbol un espectáculo (estilo NFL) y saben que los fanáticos son parte de esto. Por lo tanto están siempre cazando a los aficionados más excéntricos, con los mejores disfraces (y el Mundial es una fiesta de disfraces en la que los ganadores se llevan cinco segundos de fama mundial), aquellos que están viviendo el encuentro de manera más apasionada, ya sea con alegría o tristeza y, casi siempre, simplemente buscan la belleza femenina de los distintos países (en internet se pueden consultar cientos de entradas sobre las aficionadas más guapas del Mundial que, en gran medida, son capturas de estas tomas). Algunas de estas chicas --que podrían ser nuevas WAGs-- entran en éxtasis cuando descubren que las cámaras las están observando; se peinan o coquetean y mandan besos al mundo.

 

 

Es un poco afectado y rebuscado analizar esto, pasar la ubicua lupa semiótica. Pero, con el fin de ampliar un poco esta breve reflexión, jugemos con algunas ideas de lo que pasa con este fenómeno de bipolaridad producido por la particular respuesta que tiene el ego al saberse filmado --al verse siendo visto. Creemos que aquí ocurre una doble vertiente: por una parte, las cámaras omnipresentes nos hacen a todos actores (en una narcosis narcisista, como decía McLuhan) y, por otro lado, entregan una alegría televisada que justifica toda la producción previa al elegir a esa persona que se destaca y se siente destacada. El aficionado que se encuentra embebido en la dinámica de observar el partido es sorprendido y toma conciencia de sí súbitamente, pero es una conciencia mediada por la cámara (sin saber si mirar a la pantalla o a la cámara, en una extraña perplejidad multidimensional). Sale entonces de su trance de observador para entrar en el trance de ser observado; entra en personaje el fanático eufórico que está más allá del resultado, en la feria de la vanidad. 

Cientos de imágenes de fanáticos posando en su momento mundialista, como si salir en la toma oficial de alguna manera justificara los miles de dólares que han gastado para llegar ahí --o como el cliché del turista que necesita tomarse una foto en el lugar que visita (que es el que todos visitan) para darle realidad a su viaje--: la imagen reemplaza la memoria y la sensación vivida en el presente.

Por otra parte, esta constante búsqueda del espectáculo de las gradas, el llamado "color", ha molestado a más de uno: quejas sobre cómo, en ocasiones, por estar haciendo de paparazzis, los camarógrafos hacen que nos perdamos de las repeticiones o de detalles importantes en la cancha.

Así el Mundial con su extraña montaña rusa emocional y sus goles invisibles.

Twitter del autor: @alpeholo

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