Durkheim, sin embargo, pensó eso hace más de un siglo. Nuestro tiempo, en todo caso, es el de la investigación científica del cerebro humano, la neurociencia que en cierto modo ha reclamado para sí eso que antaño se consideró los misterios del alma y el espíritu, los enigmas del corazón humano que nos empujan a acciones que muchas veces ni siquiera parecen intencionales.
Recientemente, Clare Allely y otros investigadores de la Universidad de Glasgow publicaron un estudio en el que aseguran haber encontrado indicios, a nivel cerebral, del vínculo entre asesinos seriales y asesinos masivos, una relación neuronal que al menos en ese punto los identifica.
De acuerdo con los datos analizados, 28% de los autores de masacres pudieron haber desarrollado algún tipo de autismo, y al menos 2 de cada 10 sufrieron alguna herida craneal antes de cometer sus crímenes. De este mismo grupo, poco más de la mitad de ellos (55%) experimentó sucesos traumáticos que a su vez les provocó estrés psicológico.
La investigación se considera importante porque es la primera que identifica una relación compleja entre problemas neurológicos y factores psicológicos, según explica Lizzie Dearden en el diario inglés The Independent.
Con todo, es necesario tomar estas conclusiones con cautela, pues como asegura la propia Dra. Allely, el estudio no pretende vincular el autismo o el trauma cerebral con el desarrollo de conductas violentas, sino sólo hacer énfasis en que estas condiciones, en combinación con circunstancias psicológicas estresantes (como el abuso sexual o físico durante la infancia), pueden devenir en el cometimiento de un crimen severo.
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