Oculus, de Mike Flanagan: Mirando desde el otro lado del espejo

La gestación de la producción del reciente estreno de cine de horror, Oculus (Mike Flanagan, 2013), es de esas que tienen sus raíces en un afortunado cortometraje con pocos recursos económicos y muchos narrativos. Oculus: Capítulo 3 El Hombre del Plan (2006) con una duración de media hora, y con un estilo cutre realista, que le sienta muy bien; es una especie de reality de la demostración de un embrujo. La amenaza de un objeto maldito, en este caso el espejo antiguo que se ha dedicado a matar a cuantas personas ha podido a través de los tiempos.

El primer esfuerzo en el territorio del  largometraje por parte del talentoso director Mike Flanagan, fue la muy bien recibida Absentia (2011). Ultra independiente, utilizando sus pocos recursos para jugar de manera Lovecraftiana con nuestra consciencia. Llama la atención el trabajo a profundidad con actores amateurs. Es así como Callie (Katie Parker) la hermana conflictiva ausente, ayuda a Tricia (Courtney Bell) con la desaparición de su esposo después de siete años. Dimensiones paralelas, sombras, y las cañerías de la ciudad de Los Angeles, hace de Absentia un platillo formidable para una noche palomeras.      

Ahora Flanagan regresa al argumento de su logrado cortometraje para reinventar un juego de espejos entre presente y pasado, en el terreno de las maldiciones, jugando con el concepto de realidad y locura. Así es como se desarrolla la cinta Oculus, adaptación de su cortometraje.

En ella, Kaylie Russell (Karen Gillan), es introducida en el relato mediante sus partes anatómicas particulares, en especial su larga y pelirroja cola de caballo, que un preciso diseño sonoro la hace sonar rascando la seda de la camisa verde que porta, mientras camina. Sonido sensual, a contrapunto con el vaivén de sus hombros, y la manera peculiar en la que lleva los tacones, un pasillo que recorremos junto con ella hasta llegar al salón elegante que hospeda la subasta del hermoso espejo con marco de cedro de Bavaria.  No pasará mucho tiempo para que comprendamos que la relación de Kaylie con el espejo dista mucho de ser parte del mercado del arte, más bien obedece a una naturaleza de venganza ante una maldición.

Todo se conjuga con la salida de Brenton Russell del pabellón psiquiátrico donde ha permanecido gran parte de su vida. Hermano de Kaylie, a quién ella pronto lleva a base de engaños a la casa de su infancia; ahí donde sucedieron los sucesos funestos que comenzamos a conocer por medio de flashbacks. Según las autoridades, Kaylie mató a sus padres, y su hermana fue un único testigo, que siempre indicó que en realidad era el espejo el asesino. Los recuerdos se enredan con la realidad del experimento que realiza ahora Kaylie, donde ha colocado en un salón de la casa algunas cámaras de video para registrar los sucesos sobrenaturales, mismos que Brenton no alcanza a tomar en serio después de todos los tratamientos psiquiátricos en todos estos años.

La familia de los Russell contaba con mamá y papá, todos juntos fueron habitar la casa y entonces comenzaron a suceder los eventos con el espejo. La cinta se mueve con fuerza en terrenos simbólicos, donde podemos ver fallas sociales que incitan los problemas posteriores, digamos en un sentido Freudiano. Por ejemplo  la madre no obliga a trabajar a los niños; usa el trabajo como una amenaza, "sino juegan en el jardín durante la mudanza los pondrá a trabajar". Esto nos muestra raíces disfuncionales que pueden ir averiando el órgano familiar, el trabajo es base en la vida. Hay una escena suerte de forshadowing, resultado de esta educación, cuando cae un chorro de jugo de fruta en su camisa, como sangre que se avecina.

En el tiempo presente Kaylie tiene preparada su venganza contra el espejo, mientras convence a su hermano de que existe una verdadera amenaza contra la humanidad, si permiten que el espejo siga existiendo. Todo basado en el cortometraje, donde veíamos a un hombre que nos recitaba un monologo donde históricamente ubicaba el espejo, con todos sus anteriores dueños y lo que les había sucedido, al mismo tiempo que utilizaba varias alarmas para poder mantener consciencia contra el espejo; antecediendo un duelo metafísico al amanecer. En el largometraje, se incorpora una historia más cercana a los personajes, sucedida a los padres, articulada mediante los recuerdos de los dos hermanos. El pasado es parte de la escena que transcurre, a medida que los hermanos salen del cuarto y ocupan distintas habitaciones de la casa, que los remontan a convivir con el recuerdo. Entre los sueños de los personajes y la realidad, van dejando de existir fronteras a medida que la trama avanza; el pasado y los sueños se vuelven puntos de vista del tiempo presente. La cinta adquiere dimensiones filosóficas, fuera de la anécdota, en la mente del espectador.

Las películas de maldiciones son clásicas sobre todo en el cine oriental, una muy popular por ejemplo fue aquella creación japonesa, titulada El Haro (Hideo Nakata,  1998), donde desde un pozo embrujado en tiempo pasado proviene una maldición,  el objeto físico con el que se manifiesta es un videocasete, conteniendo imágenes que matan a quien las vea. O recordar la mexicana opera prima de Guillermo del Toro, Cronos (1993); donde un increíble aparato ancestral, parecido a un reloj y a un escarabajo, que ha estado oculto por cuatrocientos años, regresa a las manos de un hombre provocando una serie de eventos increíbles tras su maldición. Nos damos cuenta de que es esencial un objeto, en cintas de maldiciones. Oculus funciona porque no hay medio en la magia que pueda conectar realidades más fácilmente que los espejos, este espejo en particular es siniestro y encierra una historia llena de verosimilitud con la realidad. La misma orden hermética del Amanecer Dorado, conceptualiza el cuerpo del hombre como “un espejo mágico del universo”, donde confluyen las fuerzas celestiales y planetarias.

Sobre las cintas que ocurren en un solo sitio, locación, que se transforma en un vehículo nave espacial temporal, en base a su arquitectura y la construcción del tiempo, podemos pensar en el clásico del Gato Negro (Edgar G. Ulmer, 1934). Una muy libre adaptación del relato escrito por Edgar Allan Poe, publicado en el Saturday Evening Post en Filadelfía, el 19 de agosto de 1843. En la cinta, una mujer recién casada que viaja con su esposo en Hungría al necesitar ayuda médica de urgencia, acude a la mansión de Hjalmar Poelzig (Boris Karloff) en medio de una tormenta. Así mismo, el horror fluye desde los pasillos, las sombras, una maldad que acecha. Pero Oculus con la variante de que la amenaza del espejo, le da vida a los peores miedos de sus protagonistas, que viven una peligrosa ilusión por parte del espejo que los hace confundir la realidad con una realidad paralela donde el espejo labora. Por ejemplo en una parte, Brenton sale de la casa, y casi inmediatamente aparece dentro y la hermana le dice que nunca dejó la casa. Es el uso de este tipo de recursos, que posicionan a Oculus en un género especial, el horror que juega con nuestra consciencia a partir del montaje cinematográfico, es un horror que no funcionaria en otro medio, únicamente en el cine. El pasado se comienza a subir al presente, en una toma de over the shoulder, el que mira es presente y lo que mira, pasado y viceversa. En otra toma uno bajá y otro sube la escalera. El hermano se vuelve niño y lo sujeta la hermana del brazo cuando quiere escapar. El padre les apunta con una pistola siendo adultos, factores en la ecuación psicológica entre pasado y presente, y el cuestionamiento filosófico temporal. ¿Tal cosa como pasado y presente existe? ¿Qué son los recuerdos?

La cinta también explora lo malévolo de la tecnología que nos rodea cada vez con más frecuencia, algo se convierte en real en cuanto se puede ver electrónicamente antes no. Por ejemplo, el novio muerto, solo a través de comprobarlo con la cámara del iPhone, se puede saber realmente si lo está, estos detalles son igualmente aterradores.

Esta relación en el pasado entre una dimensión obscura y la realidad cotidiana, sucede recordando una cinta trascendente, elaborada a base de animación como lo es la adaptación del relato infantil de Neil Gaiman, Coraline (Henry Selick, 2009). La protagonista, es una niña que encuentra una madre malévola en otra dimensión de  la misma casa que habita. Así la madre de los chicos Russell aparece amarrada como perro con una cadena, en un asunto de posesión por parte del espejo, que mucho tiene que ver con la representación de los aspectos negativos de la madre en los cuentos de hadas, com Bruno Bettelheim descubriera hace algunos años. La madre poseída los persigue en tiempo presente como un fantasma, pero al final del día es un recuerdo, tan mortífero como cualquier evento cotidiano.

Curiosamente Oculus funciona durante toda la proyección como la secuela de una película que estamos viendo en tiempo presente. Es una metapelícula en toda la extensión de la palabra. Psicoanalíticamente no deja de resultar aterradora en sus significados metafóricos más primarios, pulsiones aterradoras entre familiares, y el espejo como una gran vagina, el hermano queriendo penetrar a la madre con el cuchillo ante el espejo, y la hermana interponiendose. La maldición del incesto.

Fuera de cualquier conjetura, Oculus, no deja de ser un aliciente para la juventud que quiere encontrase camino en este arduo proceso que es encontrar el apoyo para poder realizar su primer película. El joven Mike Flanagan, logró probarse en la arena más pesada, y ahora con todo el presupuesto que le puede otorgar una cinta como estás, es muy satisfactorio el resultado en tantos niveles distintos. 

Twitter del autor: @psicanzuelo

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