Rolando Deneke era un niño cuando su abuela Consuelo le hablaba de la bisabuela Abelina y de sus historias de Don Justo. Escuchaba como se escucha a las abuelas, herederas de otros mitos distintos a los nuestros. Atendía a todo, pero lo recordaba como si fuera un cuento, un cuento en el que se decía que Don Justo Armas había sido emperador de México y que siempre iba descalzo porque le juró a la Virgen que así lo haría si lo salvaba de la muerte.
Cuando Rolando creció se volvió arquitecto, pero el cuento de Don Justo ya había echado raíces y su follaje iba cubriendo cada vez más sus pensamientos. Fue en una visita a Austria que finalmente decidió empezar a buscar información que pudiera confirmar la historia. Fue así que inició una búsqueda de quince años tras los pasos del fantasma de Maximiliano.
Poco a poco fue reconstruyendo la historia. Se hablaba de que hacia la segunda mitad del siglo XIX había aparecido en El Salvador un hombre culto y elegante, que pronto se convirtió en favorito de la alta sociedad y las cúpulas políticas. Don Justo Armas era un hombre reservado y misterioso, se decía el último sobreviviente de un naufragio del que nadie tenía noticia. Su parecido con el recién fusilado emperador de México era asombroso, pero nadie lo cuestionaba, no había forma de comprobar nada, y además era más emocionante ser cómplices de ese secreto a voces.
Deneke encontró documentos que prueban que Don Justo Armas ya habitaba en el Salvador en 1870. Desde el principio fue acogido por la familia de Gregorio Arvizú (quien también era masón), vicepresidente en ese entonces. Hasta su muerte Armas fue asesor de políticos y presidentes, además de ser encargado de dirigir los banquetes diplomáticos. Llamaba la atención, no sólo por ser evidentemente extranjero, sino porque en efecto nunca usaba calzado, a pesar de ir siempre impecablemente vestido.
A pesar de ser enemigos políticos, Maximiliano y Juárez eran hermanos masones. Esto quiere decir que Juárez no podía matarlo, señala Deneke. “La única salida que le quedaba era la de matar al emperador, pero salvar al hombre.” Maximiliano habría tenido entonces que jurar nunca revelar su identidad, adoptar otro nombre y aceptar el salvoconducto que le aseguraría la entrada a El Salvador. Quizá el vínculo masón no pruebe en sí mismo nada, pero Deneke es meticuloso y ha recopilado numerosas pruebas:
1. Cuando Maximiliano fue fusilado las grandes potencias europeas exigieron a México el cuerpo. Los pretextos de la cancillería mexicana lograron retrasar durante siete meses el envío y, cuando finalmente el cuerpo del archiduque fue embarcado rumbo a Austria, la historia registra que su madre, la archiduquesa Sofía, exclamó al verlo: “Ese no es mi hijo”.
2. El fusilamiento ocurrió en las más extrañas circunstancias. Sólo una veintena de personas acudieron a la ejecución y fueron mantenidas a gran distancia por un grupo de soldados. Además, el pelotón de fusilamiento fue conformado por un grupo de campesinos que nunca habían visto antes al emperador.
3. Es incuestionable el parecido entre Justo Armas, Maximiliano y Francisco José. Un estudio antropológico realizado en Costa Rica confirmó la identidad de Armas y Maximiliano. Posteriormente, cuando fue autorizada la exhumación de los restos de Armas, se realizó una prueba de ADN comparando su perfil genético con el de una pariente de Maximiliano por línea materna directa, y la prueba dio positiva.
4. Un estudio grafológico realizado en Florida mostró que la letra de Armas y la de Maximiliano son en realidad la misma.
5. Justo Armas conservaba en su casa objetos que habían pertenecido a Maximiliano y que le habían sido enviados desde México. El propio Deneke viajó a París con unas cucharas y tenedores pertenecientes a Armas y las llevó a casa Christofle, quienes confirmaron que efectivamente habían diseñado esas piezas exclusivamente para el fallecido Emperador de México.
6. Finalmente, Deneke cita el testimonio de Doña Fe, hija del alemán Alexander Porth, propietario del Nuevo Mundo, el mejor hotel de San Salvador en ese entonces. En plena Guerra Mundial, un par de emisarios austriacos llegaron a El Salvador en busca de Don Justo Armas. Despúes de ser rechazados varias veces se acordó un encuentro en el hotel de Porth. Fue allí que Doña Fe, que entonces era una niña, pudo escuchar la conversación. Los caballeros pedían a Don Justo volver a Austria, Francisco José se encontraba muy enfermo y querían que él ocupara el trono. Armas se negó rotundamente, ya un día se le había hecho firmar la renuncia al trono y no pensaba tomarlo jamás. Doña Fe recuerda claramente que Don Justo abandonó la habitación dando un portazo.
Justo Armas falleció en 1936, a los 104 años. Deneke dice ya no tener dudas de que Armas era Maximiliano de Habsburgo, sólo falta saber si su testimonio y la evidencia que ha congregado es suficiente para que los historiadores la tomen en cuenta o preferirán dejar que el polvo vuelva a ascentarse y que esta nueva historia quede de nuevo enterrada en el olvido.