Las buenas intenciones: crítica de la película mexicana "Obediencia perfecta" (Luis Urquiza, 2014)

En Obediencia perfecta (Luis Urquiza, 2014), un sorprendente Juan Manuel Bernal encarna al obscuro sacerdote con tintes mesiánicos Ángel de la Cruz, fundador de los cruzados de Cristo, una orden sacerdotal católica que profesa la obediencia como vía para alcanzar la beatitud. La cinta está dividida en capítulos; cada uno representa uno de los tres estados de obediencia. En el primero, uno obedece por amor al que le pide lo que le pida; en el segundo, por amor a lo que se pide y, en el tercero, por amar el obedecer mismo, que es como amar a Dios. Estamos en el colorido mundo de un grupo religioso a gogó que festeja la pedofilia, el consumo de drogas y otras tantas menudencias.

Narrada en primera persona por los ojos del muy joven Julián (Sebastián Aguirre), que accede al seminario para ser preparado como sacerdote, accediendo después a ser el consentido de Ángel de la Cruz, la película tiene una sofisticada y lograda dirección de escena y otros detalles bien cuidados que la hacen destacarse gracias a su manufactura de otras tantas cintas en el árido panorama actual del cine nacional. La elección de las locaciones es impecable, y el uso de la luz por el experimentado cinefotógrafo Serguei Tanaka resulta más que sensacional integrándose al relato y, de esta manera, brinda al espectador una experiencia fílmica completa. Agradable resulta que también se erige como obra artística ética que, con valor moral, denuncia una práctica común en cierto sector de la iglesia católica, que a últimas fechas le ha restado mucha credibilidad.

En un gimnasio, un padre fuerza a que Julián pueda externar su dolor más profundo cuando otros seminaristas un poco mayores se burlan de él, indicándole nunca permitir que nadie abuse de él. Pero de poco le sirve a Julián, quien pronto será presa del lobo mayor de esta congregación. No sabemos de dónde viene ese sacerdote, y nunca vuelve a aparecer. Hay algunas inconsistencias en el guión, que parece que prevalecen por darle una lógica a los sucesos o para reforzar el tema, pero no estorban para que la película funcione. No queda claro si este sacerdote es un elemento de la vida real (porque la película esta basada en hechos reales) que sirve para decir que no todos los sacerdotes están enfermos de la psique y son criminales o, quizás, para justificar que Julián en su vida adulta decida denunciar lo que sufrió de joven. Finalmente son cabos sueltos que para una opera prima son perfectamente aceptables, cabiendo mencionar que Luis Urquiza, director de la misma, tiene un largo camino andado en el departamento de producción de muchas películas de gran presupuesto del denominado "nuevo cine mexicano". Toda esta experiencia esta muy bien asumida por un director que, asombrosamente, tiene un estilo propio con influencias muy bien digeridas.  

Hay un interesante uso del imaginario de los personajes para justificar acciones impulsadas por la fe. Por momentos, recuerda el desarrollo de personajes de The Dangerous Lives of Altar Boys (Peter Care, 2002) en la  manera como la imaginación, y luego el arte, se vuelven la única escapatoria para encontrarle un sentido a los abusos religiosos. Para hablar de alguna escena donde esto funciona de maravilla recordemos cuando, atrás del presbiterio, la ronda de jóvenes que finalmente ha aceptado a Julián --que ya ha sido bautizado con el nombre de Sacramento Santos--, beben la sangre de Cristo por puro divertimento. En ese momento uno de ellos alucina a la Virgen desnuda, encarnada por una de las consagradas, y juntos (su alucinación y él) comparten un momento erótico.  

Como lo solía hacer Roman Polanski en sus películas más perfectas, no se muestran los actos aberrantes; se ocultan pero están ahí, logrando ser, así, más impactantes. De alguna manera el director nos dice: "Ustedes saben que todavía suceden cosas por este estilo y no hacen nada; muchas veces siguen confiando, tomando al sacerdote de su localidad como una extensión divina". Ángel de la Cruz baila a los Rolling Stones --“Simpatía por el Diablo”, para ser más exactos-- mientras seduce a Julián con su regalo de navidad. En cuanto van a pasar a otra cosa más íntima, cierran la puerta y no nos permiten mirar. Al igual que en la primera escena donde tienen contacto íntimo, antes de que suceda apagan la luz. Esta ignorancia visual obligada en el espectador vuelve todo mucho más poderoso. Así es como escriben grandes literatos de horror en la historia de la humanidad: las descripciones están cifradas, pero la descripción distaba mucho de ser exacta; con los elementos de entrada, nuestra imaginación es mucho más poderosa llenando los espacios, y lo grotesco en los sucesos usa a nuestra mente como trampolín para dimensionar todo a los terrenos del relato de horror.

Como también ocurre en ese excelente documental del horror mexicano, Agnus Dei: Cordero de Dios (Alejandra Sánchez, 2011) la relación entre sacerdote abusador y niño abusado se vuelve una relación romántica, una complicidad que, obligado, tiene un final infeliz como el de cualquier monstruosidad. ¿Cómo va ser el camino de la perversidad la vía para la beatitud?  

Los demonios están sueltos, y el tuerto es un rey en la tierra de los dogmas, que hay que obedecer como si fueran las reglas de algún deporte milenario. Aquí no se cuestiona nada, y todo tiende a fortalecer una estructura religiosa que durante siglos ha brindado a la sociedad lo que el Estado no puede ni quiere darle.

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