La conciencia, esa chispa de la autorreflexión que nos permite pensar en este momento sobre la conciencia, es uno de los grandes temas aún sin resolver por la ciencia moderna. Algunas de las teorías más novedosas postulan que la conciencia es simplemente algo que emerge de la complejidad de redes distribuidas −principalmente redes de neuronas, pero también podría surgir de otros sistemas complejos de procesamiento de información. El filósofo y científico italiano Ricardo Manzotti plantea que la conciencia se esparce entre el hombre y el mundo, fluye entre la percepción del mundo y el mundo: se genera a partir de esta relación y no propiamente del cerebro. Tenemos también la controversial teoría de Hammerof y Penrose que sostiene que la conciencia es parte fundamental del universo y que existe como un substrato cuántico de la realidad, es decir, es parte del tejido mismo del espacio −teoría que resuena con diferentes tradiciones místicas. Las teorías más populares en la ciencia actual, sin embargo, se inclinan a una visión preeminentemente materialista de la conciencia. Antes ya hemos revisado las versiones más inclinadas a concebir la conciencia como algo que antecede y trasciende al cerebro humano. En este caso consideremos una covincente teoría física que mantiene que la conciencia es solamente un mecanismo adaptativo generado por el cerebro humano.
El profesor de neurociencia de la Universidad de Princeton Michael Graziano se ha dedicado a responder la pregunta de cómo una máquina biológica −el cerebro humano− genera la conciencia. En un artículo publicado en Aeon Magazine, Graziano toma la perspectiva más simple posible para enfrentar el problema y no se pregunta si la conciencia puede existir más allá del cerebro humano o si ha existido antes −estas evidentemente son cuestiones para la metafísica, no para la ciencia, al menos por el momento.
Ordianariamente se considera, siguiendo al filósofo David Chambers, que la pregunta fácil dentro de este tema es cómo el cerebro computa la información que recibe; la difícil: cómo el cerebro toma conciencia de las cosas que computa. Graziano cree que en realidad la pregunta díficil es la primera, o al menos parecería ser el resultado de una menor cantidad de cómputos. El proceso de selección de la información a procesarse en un mundo de innumerables estímulos, para Graziano, es la clave del surgimiento de la conciencia:
En algún punto de la evolución dentro de la llamada Explosión Cámbrica, los sistemas nerviosos animales adquirieron la capacidad de aumentar el influjo de señales más urgentes. Demasiada información proviene del mundo exterior para que sea procesada de manera equitativa, y es muy útil seleccionar los datos más sobresalientes para un procesamiento más profundo. Incluso los insectos y los crustáceos tienen una versión básica de esta habilidad de enfocarse en ciertas señales. Después de un tiempo, sin embargo, surgió bajo una forma más sofisticada de control −lo que actualmente se conoce como atención.
La clave claramente está en "atención", en muchos sentidos un sinónimo de "conciencia", también un precursor. "La atención es un método de manejo de datos, la forma que tiene el cerebro de racionar sus recursos de procesamiento". Graziano empieza a delinear aquí su visión racionalista de la conciencia. Lejos de la poesía del espíritu, el campo metafórico para entender la conciencia está más cerca de la robótica. La teoría del control nos dice que para que una máquina pueda controlar algo es útil que pueda tener un modelo interno de esa cosa. Así un estratega militar se sirve de un mapa en el que distribuye soldados de plástico de un ejército enemigo y a sus propias tropas en una representación del campo real o un entrenador de baloncesto coloca a sus jugadores en un modelo de la cancha para que los jugadores puedan entender e interiorizar las jugadas que el entrenador quiere que realicen. "Para controlar su propio estado de atención, el cerebro necesita de una simulación o un modelo de ese estado constantemente actualizándose", dice Graziano. "Cuando el cerebro está poniendo atención a X, sabemos que generalmente atribuye una experiencia de X a sí mismo −la propiedad de estar consciente de algo. ¿Por qué? Porque esa atribución le permite mantener el siempre cambiante foco de la atención".
Para poder controlar su atención el cerebro construye un modelo de lo que atiende y se ve a sí mismo realizando esta acción, esto es de la manera más sencilla, la conciencia. Sin conciencia, ese atributo de la atención que fija la manecilla de una frenética brújula, no podríamos decidir a qué información le damos más importancia. El vernos o pensarnos procesando información sobre alguna cosa nos ancla; nos identificamos con la cosa a la que le dirigimos nuestra atención y de esta forma emergemos de un inmenso mar de olas de información con una cierta integridad, como un ser racionalizado. Un poco como la famosa frase de Descartes, primero ponemos nuestra atención en algo, luego descubrimos que existimos.
Graziano, reduciendo a la máxima simpleza posible, señala que la conciencia es el resultado de la economía evolutiva del cerebro. En algún punto de la evolución, los cerebros desarrollaron una serie de cómputos específicos para poder construir un modelo y en ese punto "Soy consciente de X", entró en el repertorio como una de los posibles cómputos. Esto fue privilegiado por la selección natural, ya que un conjunto de representaciones que incluye al ser consciente, un objeto y el proceso de atención que los vincula correlaciona datos de diferentes dominios y "desencadena un enorme potencial para integrar información, ver patrones más amplios y entender la relación entre uno mismo y el mundo exterior".
La conciencia, específicamente la conciencia de que existen cosas que puedo simular, evolucionó simplemente porque tiene un beneficio práctico. "La función de la conciencia es modelar nuestro propio foco de atención y controlar nuestro comportamiento", dice Graziano. "No es sólo un aura que flota inútilmente en nuestro cerebro. es parte del sistema de control ejecutivo". El profesor de Princeton va más allá: la conciencia es física y cuantificable. El solo hecho de que podamos utilizar el habla −controlada por músculos, que a su vez están controlados por neuronas− para hablar de la conciencia, nos dice que "sea lo que sea, la conciencia debe de tener un efecto físico en las neuronas, o de otra forma no podríamos comunicarla".
El universo de Graziano es completamente mecancista, sin la dualidad entre mente y cuerpo, y absolutamente objetivo. La realidad es la computación de información que luego genera descripciones a las que se atribuye cierta subjetividad, en el acto de poner atención que es esencialmente una proyección de conciencia. "La experiencia subjetiva es como un mito que el cerebro se dice a sí mismo. El cerebro insiste en que tiene una experiencia subjetiva simplemente porque, cuando accede a su data interna, encuentra esa información".
Hay una extraordinaria simpleza en esta teoría, una lógica difícil de refutar y al mismo tiempo completamente reduccionista. Nos convertimos en poco más que computadoras orgánicas con la capacidad de cambiar el foco de su atención para procesar otro paquete de información. Pero a fin de cuentas la evolución no tiene necesariamente que tener un componente moral o espiritual que se ajuste a los deseos de nuestras narrativas. Al contrario, dentro de la dictadura de la aptitud biológica, la eficiencia parece regir la naturaleza y la imagen que más se ajusta a ella para hacer una descripción es la de una máquina. Resulta, sin embargo, un poco escalofriante cuando dirigimos nuestra atención a este modelo y notamos que somos máquinas inteligentes que construyen una mitología de su conciencia personal. Alguna utilidad debe de tener ese fantasma en la máquina.
Twitter del autor: @alepholo