Una verdadera conversación tiene ritmo, enriquece, respeta las posturas, valora las ideas. Los diálogos reales confrontan lo que pensamos: los mundos interiores de los conversadores emergen y llega un momento en el que se funden y retroalimentan. Una conversación puede cambiar la vida porque tiene el potencial de transformar la óptica con la que vemos la realidad.
El proyecto artístico Sala Pública instala sillones de cemento entre el caos citadino. Fue diseñado para detonar un cambio en el estado de la conciencia, que abre la mente, según su creador César López Negrete. Las personas se sientan, observan y conversan con extraños.
Un buen diálogo promueve la tolerancia. El creador de Sala Pública cree que inducir a que los extraños conversen fomenta el entendimiento de las distintas ideas. Este proyecto también revive los espacios públicos que generalmente carecen de lugares para descansar, lo cual los 'desvitaliza'.
En las ciudades las personas viven cercanas, se rozan en la calle, pero rara vez conversan verdaderamente. De hecho existe un concepto llamado espontaneidad urbana que enfatiza en los beneficios psicosociales de entablar, dentro de una ciudad, lazos con desconocidos. El diálogo se reivindica como una vía para ampliar la mente. El principio de la paz quizá radica específicamente en esa capacidad para abrir el pensamiento y practicar la empatía con los otros.